56. A FÉLIX REVELLO DE TORO EN SU 94 CUMPLEAÑOS
Dº José Manuel Cabra de Luna
Académico de Número y Presidente +

56

domingo
21 junio
2020

días de la pandemia / 56
Dº José Manuel Cabra de Luna, Académico de Número y Presidente

A FÉLIX REVELLO DE TORO EN SU 94 CUMPLEAÑOS

Hace ya algún tiempo, su amigo Alfonso Canales (pronto harán diez años que se nos fue) escribió unos preciosos versos, uno de sus poemas mayores, al que tituló Los años. Con ese afán por buscar la palabra justa y reflejar el eco de los clásicos, el poeta moldea unas palabras que parecen estar escritas para esta ocasión; para celebrar una fiesta de los largos años de su amigo Félix Revello. Me voy a permitir recordar algunos versos, para mi los más sugestivos. -aunque todos los sean- de ese gran poema de reflexión y amor por la vida.

Hermoso es morir joven
y dejar el recuerdo de la piel no tocada
por agravios del tiempo:
pero lo es más haber vivido mucho
y haber hecho que el cuerpo se fatigue
de amor y de labor…/…
Feliz aquél que puede las causas de las cosas
adivinar temprano,
mas el que se retarda
adrede, no queriendo que nada se le esconda
llega más lejos… /…

La vida del artista es puro anhelo, un constante perseguir cuanto el mundo ofrece y es, por naturaleza, inasible. Por eso, el premio más alto que le será dado obtener no es Itaca, sino el camino hacia ella, los trabajos y los días por alcanzarla. Para el pintor de retratos ese camino de investigación continuada es inagotable. Siempre habrá una luz que se escape o que se tarde una vida entera en conseguir reflejar en el lienzo, siempre habrá un tono que veamos, que tengamos delante, mas que no podamos alcanzar porque la materia del óleo o de la tela se resisten. Ese es el camino.

Ahora, en su casa de Málaga, celebramos sus noventa y cuatro años y lo hacemos como corresponde, agrupando una serie de cuadros pertenecientes a una misma mirada. Son de distintas épocas del artista  -y eso se aprecia claramente con una visita a la exposición- pero tienen un hilo común pues son retratos de diferentes periodistas.

Resulta en cierto modo paradójico unir imagen y palabra y, más aún, la palabra volandera y efímera del periódico con un retrato pintado, que tiene vocación de permanencia en el tiempo o, casi mejor, de ser creada y durar fuera del tiempo, cuando habita el no lugar del no tiempo.

El periodista es un esforzado luchador pues su instrumento se le escapa de las manos nada más que ha sido utilizado. Su palabra es dicha y no dicha, es una golondrina que se va a cada momento y construye su vida con fugacidades. Esa es su grandeza, en la que el ayer acaba de concluir y el mañana es desconocido, en ese eterno presente se resuelve su hacer.

Es dura tarea para el pintor enfrentarse a ese creador con intereses tan distintos a los suyos. Porque, aunque utilice la máquina de fotos como instrumento complementario, un retrato pintado no es una fotografía. Ésta sí vive en un eterno presente, una fugacidad congelada, mientras que en el retrato pintado habitan muchos tiempos y el pasado, el presente y el mismo futuro se superponen en capas que el pintor traslada desde los ojos de su mente a la materia del óleo y el lienzo. En el caso de esta exposición es muy bello contemplar como los señores de la palabra efímera,  los hombres de un presente inacabable, quedan fijados fuera de ese tiempo cortito a que su hacer les condena. Habitan otro espacio, sin espacio, otro lugar y otro tiempo, sin tiempo y sin lugar. Así es el arte.

La Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga, a la que Félix Revello de Toro pertenece como académico de honor lo felicita en su noventa y cuatro cumpleaños y le desea una larga y fructífera vida.

José Manuel Cabra de Luna

55. LA CONFIGURACIÓN DE UN PAISAJE. UNA PROPUESTA ARTÍSTICA PARA LIBERAR NUESTROS MIEDOS
Dª María del Mar Lozano Bartolozzi
Académica Correspondiente en Cáceres +

55

domingo
21 junio
2020

días de la pandemia / 55
Dª María del Mar Lozano Bartolozzi
Académica Correspondiente en Cáceres

LA CONFIGURACIÓN DE UN PAISAJE. UNA PROPUESTA ARTÍSTICA PARA LIBERAR NUESTROS MIEDOS.

Durante los días de confinamiento y alarma en esta primavera de 2020,  nos hemos dado cuenta del valor de convivir con la naturaleza. Una experiencia que era apreciada por algunos, amantes del medio natural, pero menospreciada por otros, más urbanitas. Sin embargo hemos sido considerados unos afortunados quienes estábamos casual o voluntariamente el fin de semana del 13 de marzo en el mundo rural o en el mundo campestre aislados en viviendas con el campo en rededor, lo cual nos ha permitido seguir así y dar paseos libremente con amplios horizontes, reconociendo nuestro propio paisaje en su trascurrir primaveral, aunque nos hayamos perdido el calor de los vecinos que eran reconocidos sobre todo al aplaudir juntos en ventanas y balcones.

La valoración de la naturaleza y del mundo rural también había sido realizada por algunos artistas, a menudo con un ánimo de regreso o de reconocimiento de un lugar a redescubrir. En el caso de Extremadura, región en la que yo vivo, han sido varios los que lo han hecho, y si nos referimos al mundo contemporáneo podemos recordar determinados autores que desde distintas perspectivas nos han impactado por sus reflexiones y predilección por unos rincones, lugares o pueblos que supusieron una expresión determinada en su obra artística.

Godofredo Ortega Muñoz (1899 – 1982), pintor nacido en San Vicente de Alcántara (Badajoz) y eminentemente paisajista, tras varias estancias y viajes por distintas capitales y países de Europa como París, Ginebra, Italia, Bélgica, Dinamarca, Alemania y otros, regresó en la posguerra a vivir y pintar en su tierra natal. Cuando lo hizo estableció su vivienda y estudio en la cercana población de Valencia de Alcántara (Cáceres), a poco más de 13 km de San Vicente, pues según comentaba a sus amigos la luz para su percepción estética era mejor en esta localidad que en la de su nacimiento. Y será en estos años de 1939 y la década de los cuarenta, cuando defina su pintura de campesinos, bodegones, vistas del pueblo y finalmente, y sobre todo, de paisajes, gracias a ese encuentro con el ambiente rural. Los expondrá en Madrid y en varios espacios del extranjero a lo largo de los años, al consolidar un lenguaje personal, identitario y muy moderno. Un paisaje que es producto de una elaborada y original abstracción y formalización compositiva del mismo. Y de su memoria, como ha insistido María Jesús Ávila, que reproduce estas palabras suyas: “Salgo al campo acompañado de mi perro (…). Luego, en el estudio, voy pasando al lienzo aquellos rasgos acusados que me han impresionado. Por eso en mis obras, aunque no hay ningún paisaje determinado, ningún rincón escogido de este o de aquel lugar, Está Extremadura”[1]. Un paisaje un tanto simbólico que nos plantea ver de otra forma la belleza de los encinares, los castaños o las paredes de piedra de esta tierra.

Otro autor, en este caso alemán, será Wolf Vostell (1932-1998), un artista cosmopolita, que vivió en Colonia, Berlín, París, si bien vino a Guadalupe donde durante un verano establecerá su estudio y donde conoció a una maestra extremeña con la que se casará un año después. A mediados de los años setenta (1974) cuando buscaba la ubicación para una vivienda en la región extremeña se encontró con un lugar de naturaleza privilegiada: los Barruecos de Malpartida de Cáceres, donde junto a una hermosa laguna existían los restos de un antiguo lavadero de lanas. Ante aquella visión retomó lo que hasta entonces era una utopía: la idea de hacer un museo, y decidió llevar a cabo el proyecto de un museo de arte y naturaleza, configurando desde su mirada un nuevo paisaje cultural integrado en el mundo rural. Un museo especialmente peculiar donde las obras de lenguaje intermedia: esculturas ambiente, dé-coll/age, fluxus, happening, video arte y otras artes visuales, se potencian en diálogo con el medio ambiente y los restos de arqueología industrial. Su reconocimiento de aquél paisaje con la fauna y flora, el agua y la visión de las piezas artísticas que allí se irían instalando, acrecentó la identidad que sentía hacia el mundo extremeño y rural.

Por último, el artista inglés Hamish Fulton (1946), hizo uno de sus recorridos peripatéticos en la región recorriendo carreteras y pueblos de la Vía de la Plata. La Fundación Ortega Muñoz le encargó una exposición de su obra en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) y como artista caminante realizó previamente una caminata que dio como fruto la elaboración de un libro de fotografías con sencillas anotaciones titulado: Río Luna Río. En él indica que fue el resultado de la experiencia de: “Una caminata circular de veintiún días en Extremadura desde y hacia el río Guadiana en Badajoz vía Guadalupe con los pies descalzos contando cuarenta y nueve pasos sobre un suelo empedrado durante la noche de la luna llena de enero España octavo año del siglo veintiuno”.Las fotos son carreteras comarcales, charcos, nubes, paredes con algún graffiti, pastores… sobre las que escribe palabras como: camino, piedras, cañada, suelo, urraca, abubilla, etc. El libro termina con una entrevista en la que concluye: “Una caminata es como un objeto invisible en un mundo complejo. Significado: la vida es una cadena de continuas luchas desde la juventud hasta la vejez. En este escenario de preocupación y miedo podemos construir una experiencia – realizar una caminata – que ocupa un espacio en nuestras vidas, y, al igual que un objeto, tiene principio y fin, pero que, a diferencia de un objeto, no se puede ver. Las caminatas son las piedras que marcan los kilómetros de mi vida”[2].

Nosotros también tenemos ahora la oportunidad, una vez terminado el estado de alarma, de hacer recorridos por la naturaleza y aportar nuevas lecturas artísticas, literarias, sociológicas o al menos emocionales, con la perspectiva de una pandemia ocurrida sin haber sabido previamente lo que se nos avecinaba pero quizás con la salvaguarda de la imaginación y la creatividad, bien por haber mirado de lejos y en el recuerdo determinados paisajes, o bien por haberlos vivido de cerca en soledad o compartidos con las pocas personas que habitualmente conviven con nosotros para configurar nuestro propio paisaje cultural.

María del Mar Lozano Bartolozzi

Académica de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes y Académica correspondiente de la Real Academia de San Telmo de Málaga.


[1] ÁVILA CORCHERO, María Jesús, Ortega Muñoz, Fundación Caja de Badajoz, Zaragoza, 2003, pp. 49-50.

[2]FULTON, Hamish, Río Luna Río, Fundación Ortega Muñoz, Madrid, 2008.

Emilio de Diego

54. EL CUARTO JINETE DEL APOCALIPSIS CABALGA SOBRE MÁLAGA
Dª Marion Reder Gadow
Académica de Número +

54

domingo
21 junio
2020

días de la pandemia / 54
Dª Marion Reder Gadow
Académica de Número

EL CUARTO JINETE DEL APOCALIPSIS CABALGA SOBRE MÁLAGA

Nunca pensé que en algún momento de mi  vida iba a presenciar y a sentir en mi propia persona la experiencia de una epidemia en mi ciudad, Málaga; aunque también presente en otras ciudades de España e incluso a nivel mundial. En mis estudios sobre el pasado, en la edad moderna, he abordado los efectos destructivos que una pandemia causa en una comunidad, en una ciudad, en una región e incluso en un país, arrebatando la vida a una considerable parte de la población: a hombres y mujeres, niños, ancianos y jóvenes, sin respetar su condición social ni su lugar de residencia. Las consecuencias: pérdida de vidas humanas, quebranto de las familias, niños que quedan huérfanos sin amparo, una economía empobrecida por la falta de comercio, una ruina personal por la pérdida de enseres que sucumben entre las voraces fauces del fuego para evitar el contagio. Una tragedia urbana.

Al igual que ha sucedido recientemente, la epidemia se cuela de rondón en ciudades y pueblos y sigilosamente el contagio se extiende como un reguero de pólvora. No hay más que documentarse en el manuscrito de Narciso Díaz de Escovar en el que aparecen las oleadas de epidemias que asolaron la ciudad malagueña. En aquella época lejana que este cronista menciona, no se conocía la causa de la propagación de la enfermedad por lo que los vecinos, atemorizados, buscaban con desesperación la protección divina llevando en procesión por las calles y plazas de Málaga a sus Santos Patronos, Ciriaco y Paula, o encomendándose a san Roque, protector ante la enfermedad.

Incluso en el tema de mi discurso de ingreso en la Academia de Doctores, el 7 de marzo de 2018, titulado  “La visión de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis del abogado D. Diego de Rivas Pacheco”, di a conocer las reflexiones y advertencias que un hombre singular del siglo XVII exponía sobre las pandemias: las del regidor, abogado y maestro de Ceremonias del Ayuntamiento malagueño, Diego de Rivas Pacheco. Ciertamente, este personaje de su tiempo medita en torno a las penalidades que provocan la Guerra, el Hambre y la Peste en la sociedad en la que vive; meditaciones que se pueden hacer extensibles a nuestros días, como lamentablemente hemos podido comprobar recientemente. Azotes que compara con los jinetes del Apocalipsis por los horrores que causan: cuantiosas pérdidas humanas, infortunios  económicos y serios quebrantos morales.

Si recordamos las Revelaciones del apóstol san Juan, en las que los estudiosos consideran que las descripciones de los cuatro jinetes tienen un marcado significado simbólico. Observamos que unos sugieren que se trata de una alegoría entre el bien y el mal, mientras que otros los relacionan con la historia de la Iglesia. Coinciden en identificar al jinete blanco, que recibió una corona, con el Hijo de Dios, con la propagación del Evangelio por todo el Mundo; aunque algunos, también, con el Anticristo. Según el Apocalipsis, el segundo jinete va montado sobre un caballo bermejo, armado con una espada, dispuesto a eliminar la paz sobre la faz de la Tierra y a promover conflictos bélicos interminables. Sobre un caballo azabache cabalga el tercer jinete, manteniendo entre sus manos una balanza en la que se pesa el grano, aludiendo a la escasez de trigo y cebada en épocas de hambruna, en las que se racionaba el pan. El último jinete monta un alazán al que se identifica con la Muerte, secuela de las epidemias, de las pandemias y de la peste. Estos cuatro jinetes causan el sueño eterno de la cuarta parte de la Humanidad; ellos han merodeado la Tierra por cientos de años y en coyunturas determinadas arrebatan la vida a millones de hombres.

Destaca Rivas Pacheco, que sobre la peste escribió Francisco de Rippa proponiendo a las Repúblicas la forma de actuar y prevenir ante las epidemias de peste y remedios que se deben aplicar para conservar la salud pública. Recalca que él, como regidor, fue testigo de cómo procedió la Autoridad Municipal en las epidemias que asolaron Málaga en los años 1637 y 1649, en los que se produjo una gran mortandad y:

“En que sucedieron cosas inauditas y portentosas, dignas de eterna memoria y alabanza, en los Hospitales del año 1637”.

Prosigue relatando, como los caballeros capitulares acudieron, cada uno al desempeño de su diputación, a las obligaciones de su cargo; arriesgando en numerosas ocasiones sus propias vidas en pro del bien común de los ciudadanos. Rivas Pacheco ensalza entre todos ellos al regidor Francisco de Leyva Noriega por la labor desarrollada en esta pandemia. Comportamiento humanitario ejemplar, por lo que el Municipio le concedió una fuente de plata sobredorada decorada con las Armas de la ciudad y orlada con la siguiente inscripción:

La Ciudad de Málaga, Justicia y Regimiento de ella dio esta joya al Capitán Don Francisco de Leyva Noriega, su regidor, en reconocimiento de lo mucho que obró como diputado en los Hospitales del contagio del año 1649.

Prosigue relatando don Diego que cuando el Municipio recibía aviso de que en un lugar próximo o lejano había aparecido un contagio de peste, disponía del máximo cuidado, tanto por mar como por tierra, para prevenirse de la pandemia. El cabildo convocaba con toda celeridad a la Junta y Diputación de Sanidad y distribuía guardas y centinelas para que vigilasen día y noche las puertas de acceso a la ciudad, impidiendo todo contacto humano, cualquier tráfico comercial y acceso a toda persona que viniese de los lugares afectados. Rechazaba incluso a cualquier individuo sospechoso que intentara acceder al interior de la urbe. Advierte y amenaza el regidor Pacheco, que el más leve descuido podía ser catastrófico al propagarse la pandemia entre los vecinos. Conmina a los caballeros capitulares que la vigilancia no la dejen exclusivamente a la cautela de los centinelas, ya que éstos, por inexperiencia, pueden descuidar sus obligaciones. Por tanto, deben ser los propios regidores diputados los que personalmente debían permanecer en las puertas de acceso a la ciudad, actuando de sobreguardas y de fieles centinelas. Por eso indicaba:

“Que aseguren bien, no sólo de la República en común que está a su cargo, sino el suyo propio en particular”.

Con esta cautela se procedió por el Municipio en las epidemias de 1637 y 1649, vigilando las puertas por rigurosos turnos, asistiendo además de los guardias habituales los regidores y vecinos notables de la ciudad, los profesores de letras y hasta los prebendados de la Santa Iglesia Catedral.

En el caso de que la epidemia afectara a los pueblos vecinos de la región y provincia, desde los que pudieran introducirse individuos en el interior de la ciudad; aconsejaba reforzar con cercas las murallas para evitar la presencia de intrusos. Además, se debían tomar todas las prevenciones necesarias para impedir el contagio, dejando restringidas las puertas de acceso a la ciudad para que las guardas y sobreguardas reconocieran a las personas que intentaran entrar y examinaran los testimonios y salvoconductos sanitarios que llevasen consigo. Y, en el caso que hubiese alguna duda o la mínima sospecha, quedaría terminantemente prohibida la entrada de cualquier persona, sin tenerlo que consultar previamente con la Junta de Sanidad.

Las Autoridades municipales tampoco consentirían que algún barco, navío o bajel fondease en el puerto, ni desembarcase ningún individuo a tierra, ni que se dialogase con la tripulación, ni se comerciasen productos sin una inspección de los caballeros diputados; los cuales se debían desplazar en la embarcación de sanidad y controlar la procedencia del navío, que documentos certificaban su puerto de origen y las mercancías que transportaba. En caso de la más leve sospecha se le debía conminar a que abandonase el puerto con la máxima celeridad. Y en caso de que el capitán no cumpliese de inmediato la orden tanto el corregidor como el gobernador de las Armas podían ordenar que la artillería hiciese fuego sobre el buque, sin contemplación alguna. De estos trámites tomaría nota el escribano de cabildo, así como de los autos y diligencias, para que quedase constancia en el futuro de lo acaecido.

Rivas Pacheco, como maestro de Ceremonias, se cuestiona qué debe hacer el Ayuntamiento en el caso que llegara o arribara al puerto un personaje de alcurnia, un cargo político o religioso, durante una epidemia: ¿se le debía franquear la entrada al perímetro urbano o impedirle el acceso a la urbe? Cita, a modo de ejemplo, el caso de D. Juan Carlos Imperial, sobrino del marqués Ansaldo Imperial, que procedente de Génova pretendía desembarcar en el puerto de Málaga con rumbo a la Corte. La llegada al Municipio de una real provisión del Consejo indicaba al corregidor que pusiera en cuarentena al citado pasajero, junto con sus criados, en alguna finca de campo, alejada de la ciudad; y que una vez transcurrido este periodo de prevención, se le entregará ropa nueva, a él y a su séquito; los cuales, tras la revisión del médico, podrían ser admitidos en la ciudad y continuar su viaje a Madrid. De este modo, se prevenía a los vecinos de Málaga de cualquier contagio y los viajeros, una vez pasada la cuarentena, podían proseguir su camino.

Advierte Rivas Pacheco que las épocas más peligrosas para que se desencadenase la pandemia eran el otoño y el verano, y que, en el caso de que se percibiese cualquier indicio, la Autoridad Municipal debía nombrar diputados y médicos que con su prudencia y cautela visitasen los hospitales, las boticas y las casas de los enfermos para reconocer los síntomas de la enfermedad y declarar la pandemia. Acto seguido, se informaba al real Consejo del posible contagio, se formaba una Junta de Sanidad compuesta por dos regidores, un prebendado y un vecino notable, para que intercambiasen opiniones con los médicos, cirujanos y barberos sobre la evolución de la enfermedad contagiosa, del número de enfermos contagiados, y de la evolución de éstos, tanto de los que sanaban como de los que fallecían.

La siguiente misión de la Junta de Sanidad era la construcción de hospitales de campaña en las afueras de las murallas de la ciudad, bien provistos de médicos y sacerdotes, en lo que se separaría a los hombres de las mujeres evitando el mal ejemplo y posibles ofensas a Dios. Similar conducta dispensarían los diputados a los niños y doncellas y se les advertía que, tanto con unos como con otros, tuviesen un especial cuidado. Con los hospitales de campaña se ampliaban las plazas hospitalarias ya que los centros habituales se encontraban saturados de enfermos, unos contagiados y otros en proceso de recuperación.

Enterrar a las víctimas de contagio era otra de las grandes preocupaciones de los caballeros diputados malagueños; por lo que ordenaron que se cavaran zanjas profundas en las afueras de la ciudad, los llamados carneros. En éstas fosas enterraban los berberiscos y “esclavos cortados” los cuerpos de los fallecidos; y en las hogueras cercanas se quemaba la ropa y enseres procedentes de las casas de los contagiados.  

El abogado Rivas Pacheco describe el protocolo facultativo a seguir en la pandemia. Cuando al médico le llegaba la noticia de algún enfermo o fallecido, daba parte al diputado para que éste acudiera a su casa y dispusiera el traslado del enfermo, en silla, angarilla o carro, al hospital; y en caso de muerte, conducir el cadáver al carnero. Acto seguido, se sacaría la ropa personal y de casa infectada para trasladarla en carros a las hogueras para aniquilarla. Y una vez desalojado el domicilio, se cerraba la puerta y éste quedaba precintado por medio de una cerradura para evitar que nadie pudiera ocuparlo.

La autoridad municipal, por su parte, debía vigilar la limpieza de las calles y muladares, evitando la propagación de la enfermedad y para impedir el contagio ordenaría encender hogueras en las plazas y vías cercanas en las que quemar hierbas aromáticas, como el romero o el eneldo, purificando el ambiente.

Por último, señala el regidor Rivas Pacheco, era preciso invocar la ayuda Divina. El Ayuntamiento procuraba valerse de remedios sobrenaturales, por lo que encargó:

“a la Santa Iglesia y a los prelados y preladas que con ayunos, disciplinas, oraciones y otros ejercicios espirituales, rueguen a Dios por la salud pública. También son eficaces las procesiones, así de día como de noche, con las imágenes de más devoción”.

Recuerda el abogado que en la epidemia de 1637 se llevó a cabo una procesión muy   numerosa y solemne, en la que procesionó la imagen de san Francisco de Paula y al pasar ésta ante el hospital de san Lázaro, en el que se encontraban dos mil enfermos, éstos se acercaron a la ventana para ver el desfile procesional y cuando regresaron a sus camas notaron una gran mejoría. Desde aquel momento cesó el contagio en la ciudad, por lo que por voz de pregonero se comunicó a los vecinos el fin de la pandemia:

“Esta Ciudad de Málaga, Justicia y Regimiento de ella, hace saber a todos sus vecinos y habitadores, y a todas las demás ciudades, villas y lugares del Reino, como habiendo Dios, Nuestro Señor, castigándola con el mal de pestilente contagio que es notorio, por su gran Misericordia ha sido servido de librarla de él, restituyéndola a su antigua Sanidad, que de presente goza, sin rastro alguno de contagio, demás (sic) de cuarenta días a esta parte. Y porque nueva tan alegre y deseada sea notoria a todos y a las dichas ciudades, villas y lugares, lo manda publicar en las partes más públicas de esta ciudad”.

El cuarto jinete del Apocalipsis se alejaba temporalmente de Málaga y tras él la destrucción de vidas humanas, ruina económica, quebranto moral.

Una situación muy similar a la que contemplamos en la actualidad con el Covid 19, con más de 40.000 muertos, empresas en precaria situación y miles de trabajadores en busca de un trabajo y ante un futuro incierto.

Para concluir, las primeras noticias sobre el regidor D. Diego de Rivas Pacheco, autor de estas reflexiones y advertencias, nos las proporciona Juan Serrano de Vargas en su Anacardina espiritual, en la que el autor describe la desolada situación en la que se encontraba el vecindario de Málaga afectado por la epidemia de peste bubónica, en el año 1649. La aparición de la imagen de un Cristo atado a una columna ante las puertas del Consistorio coincidió con el cese de la epidemia, por lo cual la escultura se colocó en la Sala de la Audiencia del Ayuntamiento y se veneró bajo el título del Santo Cristo de la Salud.

Rivas Pacheco fue designado por el Cabildo Municipal para dirigir y redactar los expedientes comprobatorios de los prodigios realizados por la intercesión del Santo Cristo de la Salud, a cuya imagen había decidido el Ayuntamiento dar culto y designar como co-patrono de la ciudad, ya que a su milagroso hallazgo se debía el cese de la peste bubónica, que tantas víctimas había causado en Málaga. Su volumen Gobierno político legal y Ceremonial, para la mejor y más acertada dirección de los actos capitulares de esta Nobilísima y siempre leal ciudad de Málaga conforme a sus antiguas y loables costumbres, ordenanzas y privilegios y a lo dispuesto por derecho y leyes de estos reinos. Comprendido en dos discursos, uno tocante a lo político secular y legal, y otro a lo sagrado y ceremonial, que se encuentra en la biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano, nos permite conocer por un testigo ocular como la Málaga del siglo XVII combatió las epidemias, la de carbuncos de 1637 y la de peste bubónica de 1649. En la primera fallecieron entorno a doce mil personas, en la segunda cerca de cuarenta mil.

Emilio de Diego

53. INFORME SOBRE EL ARCHIVO DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN TELMO
Dª Mari Pepa Lara García
Académica de Número +

53

sábado
20 junio
2020

días de la pandemia / 53
Dª Mari Pepa Lara García, Académica de Número

INFORME SOBRE EL ARCHIVO DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN TELMO

El 29 de noviembre de 2001 ingresé en la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, aunque no tomé posesión  hasta junio de 2002, por propia voluntad, pues quise esperar a que mi hermano, catedrático de Imagen, terminase sus clases en la Facultad de Ciencias de la Información en Madrid, y pudiese asistir al acto de toma de posesión; ésta tuvo lugar en el Palacio de la Aduana.

Como sabemos,  por el informe de la académica Rosario Camacho: …el Museo de Bellas Artes, junto con la Academia, fueron desalojados y la Biblioteca y su Archivo quedaron custodiados por el Museo, primero en el Palacio de la Aduana y después, mientras se rehabilitaba este edificio para instalar el Museo de Málaga en  el  Parque Tecnológico.

Por lo tanto, dado que fui nombrada académica a finales de 2001, no pude conocer y apreciar, tanto los libros como los documentos de la Academia, hasta el año 2019, cuando nuestra sede en el Museo de Málaga se ha amueblado, y los fondos perfectamente conservados y embalados traídos del Parque Tecnológico, fueron depositados en las dependencias del Museo. Pero fue, a principios de febrero de 2020, cuando empecé, junto con la ayuda inestimable de Rosario Camacho, y con los dos becarios de la Universidad de Málaga, integrados a través de un convenio de cooperación educativa en un programa de prácticas externas para alumnos del último curso de la licenciatura, Javier Luque y Juan Manuel Garrido, a iniciar con empeño a desembalar las cajas que  contenían estos fondos bibliográficos y documentales.

Ya ha comentado Rosario Camacho la buena disposición y voluntad de nuestros becarios. Empezamos en principio con los libros, porque estas eran las primeras cajas numeradas que abrimos, y los cuatro adelantamos mucho, en una relación de número currem, añadiendo incluso, el autor, título y materia del libro.

Después, junto con Juan Manuel Garrido,  iniciamos la tarea de abrir numerosos paquetes, profusamente embalados, que tenían el título de Archivo, pero el contenido eran Catálogos de exposiciones de pintores académicos de gran tamaño. Por supuesto, podemos definir documento como: Testimonio de la actividad del hombre, fijado en un soporte perdurable que contiene información.

No obstante, teníamos interés por inventariar documentos administrativos que nos mostrasen la actividad de la Academia, desde sus inicios. Por fin, logramos abrir unos legajos con dicha documentación y empezamos a realizar un Inventario del Archivo con el objeto de controlar dicha documentación.

En un principio, conviene advertir que la descripción de los documentos de archivo es más compleja  que la de los libros de una biblioteca, y presenta una problemática especial, debida principalmente  a la múltiple tipología de las unidades documentales. Tal variedad dificultas cualquier intento de normalización que se haga en ese sentido, del tipo realizado en el campo de la Biblioteconomía y de la Documentación.

Para resolver este problema se  creó  la Norma ISAD(G) en 1991. Norma Internacional para la Descripción Archivística. Como es lógico, ha sido revisada varias veces: 1993, un anteproyecto en 1994,  1995, 1998. La última versión fue publicada a principios del año 2000.

El archivero tiene una doble función: de una parte necesita controlar los fondos y, por otra, debe informar sobre el contenido de los mismos. Es decir, una función interna –de control-, y  otra externa  -de difusión-. En una primera definición el inventario responde a la primera función, y el catálogo a la segunda. El inventario somero comprende los elementos mínimos, los del área de mención de identidad, y suelen ir dispuestos en columnas cuando se publican. Su utilidad es ante todo de uso interno como procedimiento de control sobre la totalidad de los fondos.

Este inventario puede ser más o menos detallado, y requiere como elementos mínimos: signatura, descripción, fecha –documento-, fechas extremas  -expedientes-, caracteres internos y externos  -materia-, de cada documento o expedientes. Con estos requisitos, el archivero podrá ser más o menos exhaustivo en los datos que ofrezca, en función de la importancia de la documentación que desea inventariar.

Con todos estos elementos podemos definir los inventarios: Descripción sistemática más o menos detallada de todos y cada uno de los elementos que forman un fondo, sección o series, respetando su ordenación originaria.

Teniendo en cuenta estas definiciones archivísticas, afrontamos el inventario somero que queríamos iniciar  -pues no había ninguno realizado con anterioridad en los fondos de la  Academia-.

Comenzamos con una serie de documentación de principios del siglo XX; y entre otras,  más o menos administrativa, hubo una serie de expedientes que nos resultaron muy interesante, puesto que se trataba de una Comisión nombrada por la Academia, a instancias del Ayuntamiento, para resolver qué personajes históricos malagueños debían ser instalados en los lunetos del Salón de los Espejos, y los  cuadros de pintores que ilustrarían los diferentes salones municipales en la Casona municipal, que se estaba construyendo en aquellos años.

Cuando estábamos inmersos en esta descripción archivística de numerosos legajos, surgió la expansión de la pandemia denominada COVID- 19, y el 12 de marzo fue nuestra última tarde de trabajo, puesto que, como sabemos, se cerraron la Universidad y el Museo de Málaga, iniciándose el confinamiento de todos los ciudadanos.

Mari Pepa Lara García

52. UNA PANDEMIA Y ALGUNAS REFLEXIONES
Dº Emilio de Diego
Académico Correspondiente en Madrid +

52

sábado
20 junio
2020

días de la pandemia / 52
Dº Emilio de Diego, Académico Correspondiente en Madrid

UNA PANDEMIA Y ALGUNAS REFLEXIONES

                                  

La peste, como azote no solo del cuerpo sino también del alma, ha estado presente en la historia de la humanidad desde los primeros tiempos hasta hoy; cabría decir que es tan vieja como el mundo, provocando en cada caso parecidas reacciones. La amenaza de la muerte se viste de miedo y sale a la búsqueda de los culpables del mal, reales o inventados para la ocasión, con su cortejo de insolidaridad y egoísmo, a veces de odio; pero también, con el valor y la abnegación de muchos. Sin embargo, hay algunas notas específicas en cada circunstancia. La actual  pandemia, acaso la primera digna de tal nombre en puridad, se caracteriza por su integración en un espacio-tiempo, de rasgos especiales, un continuus que determina una historicidad diferente, pues su “cronotopo” tiende a la ruptura con el discurso historiográfico anterior. La propaganda, apoyada en una información/desinformación inabarcable, impide analizar con rigor los mensajes recibidos, o lo que es lo mismo pensar, suplantando así la realidad por el relato. Verdad y mentira, al margen de sus connotaciones morales, aparecen situadas, cada vez en mayor medida en el ámbito de la emoción y fuera de la razón. La emotividad, dominio de la ideología, desplaza a la capacidad de razonamiento.

Galdós, cuyo centenario discurre sin gran entusiasmo evocador, nos legó un cuadro acabado al respecto, a propósito de la epidemia de 1834 en Madrid. “Quien no piensa nunca, acepta con júbilo el pensamiento extraño –escribía don Benito- mayormente si es un pensamiento grande por lo terrorífico y nuevo por lo absurdo”. Si nos fijamos en la “Maricadalso” de Un mafioso más y algunos frailes menos, podríamos encontrar en ella más concomitancias de las deseables, con algunos opinadores de nuestros días sobre el COVID-19. Pasemos del ¡Cosas malas en el agua!, al envenenamiento de las fuentes, instigado por los frailes, con veneno traído de Cataluña; y caminando por el murciélago y el salmón de China o, más recientemente, por la contaminación de la vacuna de la gripe, habremos de reconocer que hemos cambiado menos de lo que creíamos. Dos factores capitales siguen vivos en la raíz de muchos comportamientos, en 1834 y ahora: la ignorancia y el efecto de los gritos, cuya eficacia movilizadora es mayor cuanto más fuertes sean. Tenemos que admitir que el discurso vacío sometido a una entropía exponencial nos aturde.

Las noticias que circulan ahora por las redes sociales y demás medios de comunicación, tienden a ser consideradas verdaderas o falsas, exclusivamente también, según su grado de conformidad con nuestros presupuestos ideológicos. Las grandes epidemias desbordan en un principio, y durante más o menos tiempo, a las sociedades afectadas y a sus instituciones. También el gobierno de Martínez de la Rosa dio la espantada ante la enfermedad, y antepuso la preocupación por salvarse a su obligación de gestionar la lucha, con todas sus fuerzas, contra aquella peste. La actuación frente a tales calamidades requiere cambios cualitativos y cuantitativos en distintos órdenes, cuya medida y naturaleza están en relación con la gravedad del mal, su extensión y las posibilidades de respuesta. Algunos de los desafíos del COVID-19 han sacado a la luz las carencias de los políticos, las limitaciones de la ciencia en múltiples campos, y la incapacidad de los seres humanos para dominar la naturaleza, al menos hasta el extremo que ya creíamos haber logrado. Pero sobre todo, nos han llevado a cuestionar los valores fundamentales de la propia Humanidad. Sería este último apartado el más trascendental a mi juicio.

Nos hemos visto de nuevo cara a cara con la muerte, con la cobardía y la ignominia como referentes de un escenario trágico. Hemos asistido en este episodio de los últimos meses a un ejercicio terrible. El protagonista del mismo ha sido un Estado que, a través de varias de sus instituciones, ha llegado a abogar por legitimar la eliminación de los “más débiles”, entendiendo que éstos eran ahora, a diferencia de otros momentos históricos, no los niños, sino los mayores. El derecho a la vida, considerado la base lógica de todos los demás, pasaba a someterse a criterios pedestres de corte utilitarista. Se nos han olvidado demasiado pronto actuaciones horrendas bajo regímenes tiránicos en las que los condenados a muerte eran otros tipos de víctimas, pero con el mismo denominador común, ser los más débiles, los “inferiores”, los disidentes, …

Según los argumentos expuestos, el valor de la vida no dependería de la vida en sí, debería ajustarse a la edad y otros parámetros. Así, un ser humano de 70 años valdría menos que uno de 40. En ese argumento cabría preguntarse y ¿uno de 20 más que el de 39? Y ¿el de 10 más que el de 20? Y ¿el de 5 más que el de 10? Algo hay cierto más allá de otras elucubraciones en contestación a tal discurso, el de 10 años es un ser inválido, incapaz de sobrevivir por sí mismo y no digamos de los de menores años aún. Tampoco han contribuido prácticamente nada a la sociedad, en el terreno material, otros muchos individuos pertenecientes a rangos cronológicos diversos. Tampoco es necesario un gran esfuerzo para defender la hipótesis de que la vida de un ser humano mayor en edad, puede ser más rica y mejor, desde el punto de vista cualitativo, que las de otros más jóvenes, y no únicamente en el plano sanitario.

Bajo el manto de la conveniencia social se vendría a encubrir la aberración, según la cual, sobre la vida del individuo deben decidir los demás, sin otro fundamento que el interés de éstos. Curiosamente en un sistema que predica la igualdad, incluso propugna el igualitarismo, se argumenta contra toda posibilidad de esta naturaleza. Desacralizamos la vida humana y sacralizamos la “democracia”. Por este camino apuntan graves amenazas para la supervivencia de hombre, para la libertad y la justicia. Estos serían algunos asuntos sobre los cuales bien merecería la pena reflexionar. Eso sí, por decencia ética e intelectual, sin refugiarnos en el supuesto de la necesidad.

Emilio de Diego

51. ¿MAYORES… O VIEJOS?
Dª Adela Tarifa
Académica Correspondiente en Úbeda +

51

sábado
20 junio
2020

días de la pandemia / 51
Dº Adela Tarifa, Académica Correspondiente en Úbeda

¿MAYORES…O VIEJOS?

Madrid, 6 de marzo de 2020. En esa fecha me instale  allí con la devoción de disfrutar de los nietos y la obligación de resolver diversos asuntos administrativos.  El balcón de mi casa,  en pleno centro, y con una boca abajo, era un observatorio privilegiado para ver como bullía una ciudad que nunca para. Aquello era un jolgorio. Jauja no tendría más bullicio que aquel Madrid remoto en el que ningún peligro nuevo acechaba. Ni siquiera nos aconsejaban los “expertos” el uso de mascarillas. Ese  artefacto  resultaba inútil, salvo para personal sanitario y algún raro caso de contagio que pudiera darse en España. Eso nos contaba los telediarios. El  Dr. Simón aclaró por TVE, lo escuche claro, que no había peligro si se asistía a actos multitudinarios. Hasta a su hijo no le hubiera aconsejado lo contrario. Lo creí. ¿Qué ganaba con mentir?

Pero, cosas del destino,  la primera salida a la calle, por emergencia  doméstica, me condujo a  una tienda próxima  regentada por chinos, siempre abierta. Necesitaba  lejía.

En el mostrador estaba el dependiente de siempre. Llevaba mascarilla. Había colgado delante un  cutre cortinaje de plástico y miraba a la clientela con cara de pocos amigos. Soy intuitiva, y pensé en  esa rara peste china que hacía estragos en Italia por entonces. Ni siquiera me di cuenta de  que había poca oferta de lejía en el bazar, atiborrado de todo. La única medida que tomé, con la mosca tras la oreja, fue acercarme a la farmacia cercana para comprar mascarillas, porque pensaba  coger la línea 1 del metro hacia Atocha. No había en ninguna de las farmacias cercanas. Al final localizamos una alejada, y  allí nos vendieron 5 de las básicas, muy caras  y de favor. Me dijo la farmacéutica que las tenias gracias a su amistad con un dentista. Decidí no tomar más el metro. Luego  le conté a mi hija  lo raro que era ver al dependiente chino de la tienda tan malhumorado con los clientes. Ella me aclaró que eso no era raro. Que los chinos llevaban tiempo cerrando sus bazares, y que hacía bastante que los niños chinos dejaron de asistir al colegio. Cuando volví a casa, en un autobús no muy lleno, tenía preocupación. Pero al poner las noticias de la noche volví a serenarme. Eran aprensiones. España iba bien decían los gobernantes y sus expertos. Y la juerga siguió. Yo misma entré en alguna cafetería cercana  varias veces. Y por la noche nos fuimos a un bar de tapas  a cenar. No cabía un alfiler. Allí nadie llevaba mascarilla, ni guantes. Ni se guardaba distancia de seguridad. Vimos a infinidad de personas  mayores alternando, como nosotros. Por entonces aún éramos eso, mayores. Aún   no nos sentíamos  viejos, que  en lo que nos han convertido  de golpe. Pero prosigo.

Cuando hice un segundo viaje a la tienda de los chinos para compara  otras cosillas de primera necesitad,  me parece que fue el día 9, la tienda estaba cerrada. Un rupestre letrero, escrito a mano, decía que estaba “cerrada por vacaciones”. Ya no necesité volver a escuchar los telediarios. Ahí se acabó mi  confianza en los “expertos” del gobierno.  Teníamos algo muy gordo ya encima. Dejé de frecuentar la calle y no volví a tomara ningún medio de trasporté. La maleta ya estaba lista. Caminando  dos kilómetros llegamos a la cochera y salimos  pitando  de Madrid, con el tiempo justo de que no cerraran las carreteras. Fue un visto y no visto. Al llegara a Úbeda respiramos tranquilos. Aquí seguían llenas las terrazas. Se veían pocas mascarillas, lucía el sol y se respiraba  paz. Algunos  turistas  paseaban como nosotros por la zona monumental. Cuando nos sentamos en una terraza  cercana al Salvador, a tomar el aperitivo,  varios extranjeros hacían lo mismo en la mesa contigua.  Uno comenzó a toser con fuerza. Alegué que me molestaba el sol en los ojos y cambiamos de mesa. Porque me acordé del letrero de la tienda de chinos.  Era día 12 de marzo. De entonces no hay que contar  nada nuevo. Han pasado 48 días.  Es la misma  historia de todos: arresto domiciliario. Dolor por la pérdida de varios amigos a los que ha matado esta gripe inofensiva. Angustia por tantas ausencia, por tantas injusticias. Indignación por la masacre de las residencias de ancianos. Preocupación por el desastre económico. Gratitud a los profesionales que se dejan sus vidas sirviendo a los demás. Impotencia por poder  ni siquiera  influir ante  decisiones  políticas  erráticas.  Estupor viendo como la censura  se  infiltra en nuestras vidas. Temor a perder no solo la vida sino algo que vale aún más, libertad y dignidad. Y un desconcierto  infinito porque a las personas mayores que no trabajen en la política las han convertidos a viejos. Aunque  hace unas semanas éramos útiles,  desempeñábamos responsabilidades colectivas, cuidábamos de nuestros ancianos y atendíamos a los nietos. Sí, hoy nos hemos convertido por real decreto en viejos confinados a los que  se trata  como si fueran niños. Para colmo, se empeñan en cuidarnos  con  un proteccionismo enfermizo que atonta,  y que  mata más que esta “peste roja” que llego de China.

¡Señores, ustedes, los que cobran por pensar¡ No se dan cuentan  que el tramo de edad que va de los 65 a los 87, que es la longevidad media española, tiene muchos matices. Es que  no se puede permitir que un maldito virus, por muy coronado que vista, robe a los mayores los mejores años, los últimos  que les quedan por vivir, paralizándolos con decretos colectivistas y achicándolos con el viejo recurso del miedo. Los que estudiamos historia, esa asignatura que tanto detesta la mayoría de los políticos, porque es la madre de la verdad, sabemos de sobra lo que acobarda el miedo, y  que se ha utilizado para perversas ingenierías sociológicas. No, amigos mayores, no se resignen. Porque  no es buen negocio aceptarar el  permiso a  sobrevivir tutelados renunciando al derecho de vivir libres. Srs. Políticos: no se confundan ustedes. Somos mayores, pero no dependientes,  ni inútiles,  ni muchos menos tontos.

Adela Tarifa

50. TIEMPOS DE UTOPÍAS RAZONABLES (VIII)
Dº Francisco Carrillo Montesinos
Académico Emérito +

50

sábado
20 junio
2020

días de la pandemia / 50
Dº Francisco Carrillo Montesinos, Académico Emérito

TIEMPOS DE UTOPÍAS RAZONABLES (VIII)

Quiero más esperanza en mis brazos
que tristeza en mis hombros.
CORAL CORALINA

Jueves 18 de junio. Se hace público que en la República Federativa de Brasil se constata un fallecimiento por minuto como consecuencia de la COVID-19. Detrás de la gélida estadística, la persona concreta sin nombre ni apellidos. Las madrugadas suelen se agitadoras de la memoria. Tres años de acogida en Brasil acumulan una diversidad de recuerdos durmientes. ¿Qué mejor opción despertarlos al filo de la medianoche? Brasil era una fiesta poliédrica que resistía con tambores, trompetas, cançoes y batacudas de sambódromo al poder autoritario y totalizador. Despertaron del sueño amigos para siempre, algunos ya sobrevolando los cielos, como Eduardo Portella, Jorge Amado, Gilberto Gil, Chico Buarque de Holanda, Sonia Braga, Divonzir Guso, Edivaldo Boaventura, P. Casaldáliga, Paolo Freire, Érico Veríssimo, Vinícius de Moraes, Darcy Ribeiro, Oscar Niemeyer, Juscelino Kubitsckek en la oposición, Elis Regina, María Bethânia, Antonio Cabral, Helder Cámara, Caetano Veloso, Roberto Carlos y aquella supercuadra con faz humana en la que me tocó vivir gracias a Lucio Costa…con fondo de candomblé, poesía, sincretismo, música en la calle. Eran tiempos de dictadura en donde nuestro trabajo de cooperación técnica internacional no impedía las caipirinhas a la caída de las tardes con casi todos los citados y en lugares diferentes. En tales circunstancias, en medio de un país continente, el mundo del arte siempre atendía a la llamada de la amistad en Bahía, Brasilia, Río de Janeiro, Porto Alegre, Fortaleza o Recife y Olinda, Sao Paulo y su Bienal, con paso obligado por Ouro Preto hacia Florianópolis, para reencontrar al gran arquitecto Aleijadinho. Y saltaba desabrido al cine, a los conciertos, a las lecturas poética, al arte, y todos al carnaval que convertía el ritmo en expresión de cultura popular. En Goiás, una lucecita que irradiaba la fuerte luz del poemario, la alumbraba Coral Coralina.

Hoy Brasil, querido, respetado y recordado, es uno de los principales focos mortales de la COVID-19 bajo una dirección desabrida al amparo de los Evangélicos en analogía sectaria y enloquecedora con un presidente de los Estados Unidos que rehúsa enmascararse y que posa Biblia en mano ante un templo que instrumentaliza.

Se dice que el actual coronavirus emigró de Europa al hemisferio norte. Está haciendo estragos sobre todo en los descartados de la sociedad: población afro de Nueva York, de amplias zonas de pobreza de países latinoamericanos, en las comunidades indígenas como sociedades de pequeña escala… Las estructuras sanitarias no llegan a todos los rincones. Una UCI es un tesoro escondido. Los cócteles de fármacos, también. Queda un reducido personal sanitario desprovisto y una acción día y noche de las organizaciones de beneficencia, las onegés, con movilización general de pocos sanitarios, de voluntarios aprendices, de misioneros y misioneras y, para algunos, el recurso más a mano es la medicina tradicional con plantas de los diversos bosques, en particular en Amazonia, que no logra destruir al virus y que facilita el tránsito de muerte envuelto por las creencias ancestrales. 

La distancia social resulta prácticamente irrealizable en sociedades muy densas y habituadas a la proximidad y al encuentro en la pobreza. En tales contextos, ¿cómo lavarse las manos si no hay ni agua corriente ni jabón? ¿Cómo desinfectar las favelas sin son cubículos yuxtapuestos en donde vive una familia extensa en hacinamiento y promiscuidad? ¿De qué sirve confinarse en dichas condiciones materiales de vida? También allí como aquí se reparten bolsas de comidas para ir sobreviviendo. También allí como aquí (que ahora felizmente amortiguamos con una renta mínima vital que en poco va a relanzar el consumo) el desempleo tiene mayor incidencia por el peso considerable de la economía sumergida y de la ausencia de poder adquisitivo. El confinamiento es ilusorio para miles y miles de personas que han de salir cada día a las calles para ganarse el sustento cotidiano en un mercado informal en donde no hay ni vendedores ni compradores.

En estos contextos, ¿cómo hacer las estadísticas de las causas de muerte y vida, de infectados y de sanos? Esta interrogante se aplica igualmente a la mayoría de los países del mundo. ¿Cómo aplicar el método comparativo en tales circunstancias? Recuerdo, con referencia a Brasil (pero podría extenderme a muchos otros países) que, al elaborar el Anuario Internacional de Estadísticas de Educación de la UNESCO, había una pregunta clave para calcular la tasa de escolarización en primaria. El porcentaje global daba un resultado, si la memoria no me falla, de un 60% de niños y niñas escolarizados. Pero había una “trampa”, la de la presencia escolar que no se preguntaba. Mientras que en el norte del país las escuelas tenían dos turnos y los niños permanecían tres horas en cada turno, en el sur la permanencia era de seis horas. Las desigualdades regionales en la República federativa eran y son evidentes y el porcentaje total de escolarización primaria falseaba el método comparativo. Esto creo está ocurriendo con las estadísticas mundiales de la COVID-19. En primer lugar, por la identificación para la colecta de los datos; en segundo lugar, por los diagnósticos. Ambos elementos son las caras de una misma moneda. ¿Quién sabía diagnosticar el coronavirus de la COVID-19, y un fallecimiento por este motivo, en diciembre de 2019 o en enero de 2020, en personas con cuadros clínico muy complejos, incluida neumonía doble? Nadie (salvo, quizás, en China). El dictamen final se reducía a paro cardíaco, colapso periférico multiorgánico, paro respiratorio. Ahora, las cosas han cambiado por la experiencia clínica acumulada y por la ayuda de pruebas de laboratorio u otras, a falta de autopsias que, en determinado momento, habrían colapsado a los pocos forenses. Pero no es lo mismo colocarnos, ahora, en Canadá, Corea del Sur, China, Rusia, España o Estados Unidos, que en la precariedad sanitaria de la mayor parte de países de América latina, África, Oriente Medio o India con más de mil millones de habitantes, con profundas desigualdades socio-sanitarias y con amplias zonas de pobreza. Es cierto que todos estos datos pueden entrar en modelos de simulación que nos darán solamente estimaciones y no certezas, lo que ya es algo. 

La globalización tiene sus amplias periferias casi descartadas del progreso. La actual pandemia lo ha puesto de relieve. 

Una pregunta está en la mente de todos (además de la esperada vacuna): ¿Cómo garantizar la seguridad sanitaria y la prevención de nuevas epidemias a nivel internacional? Cuando haya vacuna eficaz, volverán a moverse más de mil doscientos millones de personas; millones de contenedores siguen llegando a los puertos con una enorme diversidad de productos; los cruceros masivos volverán a surcar los mares; el intercambio de personas y el programa Erasmus se reactivarán. Todo ello responde a que somos habitantes de una “casa común” y que las personas humanas necesitan empatía y alteridad para realizarse como personas en un teórico contexto del

bien común que va mucho más allá del interés general. La interconexión global sin duda ha expandido la pandemia, lo que nos lleva a algunas reflexiones para que la comunidad internacional no se reduzca a un latiguillo internacionalista. Habría que empezar por extinguir las condiciones de pobreza y de miseria que existen en el mundo, con una agenda universal con objetivos más a corto plazo. Esto significa miles de billones de inversiones que muchas de ellas serían productivas y tendrían retorno, con un acompañamiento de una educación para todos y una sanidad para todos. Hay que ir a la raíz de los problemas y que toda persona disponga de agua corriente y de jabón para lavarse las manos y para habitar una vivienda decente. Un salario mínimo vital mundial a los descartados para erradicar el hambre y facilitar la higiene. Se trata de presupuestos básicos. A ello añadiría una generalización de la ciencia y un respeto a la diversidad cultural, promoviendo la descongestión de las urbes y de las megalópolis. Se impone una educación particular y sostenida para evitar la destrucción de los ecosistemas y el respeto de la naturaleza, cuyas infracciones contribuyen incluso a catástrofes naturales o a pandemias inducidas. Se debería llegar a un acuerdo internacional para la prohibición del tráfico legal o ilegal de animales “exóticos” o de plantas que pueden ser portadoras de patógenos que no lo son en su ambiente natural. 

Creo es necesario que cada país (y no sólo en Occidente, que también) debería dotarse de una autosuficiencia estratégica en alimentos, sanidad y educación en sus propios contextos culturales. 

Para ello, es necesario una autoridad mundial compartida y ejecutiva. No veo otra institución que la ONU reestructurada y dotada de poderes ejecutivos y, mutatis mutandi, la Unión Europea para los países de Europa.

Puede que la humanidad esté, en estos tiempos de pandemia, desconcertada por la ausencia del Gran Desconocido que, deduzco saltando en el vacío, respeta escrupulosamente la libertad para hacer el bien o para hacer el mal con la que parece nos dotó. (Aquí ya entramos en la metafísica que puede ir en paralelo con la física y, quizás un día, converger en un mundo entrópico). La libertad es el mayor bien que poseemos. A nosotros todos nos toca cultivar la capacidad de discernimiento y reorganizar las condiciones materiales de existencia con soporte cultural y apoyos simbólicos. La COVID-19 es el primer gran reto a la humanidad en su conjunto. Al ser global, la respuesta también ha de ser global desde las especificidades culturales. Una prueba inmediata (esperemos) será el proceso de la vacunación universal. Pero hay otra vacunación coadyuvante: la vacunación mental para que sople el espíritu de la solidaridad y de la compasión.

(20 junio 2020)
Francisco Carrillo Montesinos

49. Serie Cartones Picassianos Dº Fernando de la Rosa Ceballos
Académico de Número y Tesorero +

49

viernes
19 junio
2020

dias de la pandemia/ 49
Dº Fernando de la Rosa Ceballos
Académico de Número y Tesorero

Serie  Cartones Picassianos

 
Título: El baño
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones: 22 x 40 cm.
Año: 2018
(colección particular)
 

 
Título: Bañistas
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones: 22 x 40 cm.
Año: 2018
 

 
Título: Puente de hierro
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones: 22 x 40 cm.
Año: 2018
 

 
Título: La farola
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones:  30 x 22 cm.
Año: 2018
(colección particular )
 

 
Título: Palomas
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones: 30 x 22 cm.
Año: 2018
 

 
Título: Pitas y pencas
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones: 26 x 37,5  cm.
Año: 2018
 

 
Título: Mujeres en la playa
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón 
Dimensiones: 26 x 37,5 cm.
Año: 2018
(colección particular)
 

 
Título: Palacio de la Aduana
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones: 37,5 x 26 cm.
Año: 2018
(colección particular)
 

 
Título: Gran sol
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones: 30 x 22 cm.
Año: 2018
 

 
Título: Cierta paloma
Técnica: fotografía y témpera sobre cartón
Dimensiones: 30 x 22 cm.
Año: 2018
 

 
 

47. TIEMPOS DE UTOPÍAS RAZONABLES (VII)
Dº Francisco Carrillo Montesinos
Académico Emérito +

47

lunes
15 junio
2020

días de la pandemia / 47
Dº Francisco Carrillo Montesinos, Académico Emérito

TIEMPOS DE UTOPÍAS RAZONABLES (VII)

La reclusión frente a la COVID-19 me ha llevado a rememorar el discreto encanto de la diplomacia silente y a desvelar unos hechos inéditos de otra reclusión forzosa, atroz, dolorosa y terrorífica. Era martes 13 de noviembre de 1979, bien entrada la tarde. Tras superar la rampa del aparcamiento de la UNESCO en París, solía conectar el programa internacional de Radio Nacional de España. La noticia me sobrecogió: ETA reivindica el secuestro de Javier Rupérez, diplomático, responsable de Relaciones Internacionales de UCD. Giro por la plaza Fontenoy, regreso al aparcamiento de la UNESCO, subo al despacho del Director General Amadou-Mahtar M’Bow quien, extrañado de mi urgencia, me pregunta: ¿qué pasa? Le respondo: que ETA ha secuestrado a un amigo, demócrata, y que tendríamos que hacer algo en su favor. Y, sin dudar, me interpela: propuestas. Sabía, por proximidad de trabajo, que era un ejecutivo de altos vuelos y en el ascensor yo había barajado varias sugerencias para la acción. Le dije dos posibilidades que podemos combinar: solicitar de Yasir Arafat, Presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), una intervención pública solicitando la liberación de Rupérez y tantear a un clérigo vasco ex funcionario de la UNESCO. El Director General reaccionó con estas breves palabra: ejecución, pero en secreto. Comprendí de inmediato que era el Director General quien asumía las gestiones de «diplomacia secreta» por razones humanitarias. El gobierno español no fue informado para evitar toda publicidad ineficaz. A reglón seguido, fui al despacho de Federico Mayor Zaragoza que era Director Adjunto de la UNESCO, correligionario de Javier Rupérez en UCD. Estaba informado del secuestro y apoyó plenamente las gestiones secretas que se iban a llevar a cabo en nombre del Director General de la UNESCO.

A Javier Rupérez lo conocí en la década de 1960 con otros que resultaron fieles amigos en la diversidad como Óscar Alzaga, Gregorio Peces-Barba (al que Javier dedicó un sentido obituario en La Tercera de ABC, “Mi amigo Gregorio”, 25/7/2012), Tomás de la Cuadra Salcedo, Fernando Ledesma, Pedro Altares, Santiago Rodríguez Miranda, Virgilio Zapatero, Ignacio Camuñas, Eugenio Nasarre, Gregorio Marañón Bertrán de Lis y otros que a veces compartíamos mesa en «El Mesón del Conde». Yo había descubierto «la cuestión palestina», referencia fundamental de este relato, desde «Signo» y «Cuadernos para el Diálogo». Todos acompañantes de Joaquín Ruíz-Giménez en la difícil tarea del diálogo que llegó a contribuir a abrir las puertas de La Transición. Recuerdo que con Javier organizamos una mesa redonda sobre Palestina movidos por la ética de la solidaridad. En aquel entonces transitábamos todos por la Unión de Jóvenes Demócratas Cristianos (UJDC), que fundamos muy próximos de Aldo Moro, y por la Unión de Estudiantes Demócratas (UED) de inspiración democristiana.

La gestión con Arafat fue muy eficaz. La OLP estaba reconocida por la UNESCO y por la ONU como entidad no gubernamental. De esta tarea me encargué inmediatamente a través de un canal no administrativo con acceso directo. El mensaje era muy claro: Presidente Arafat, el Director General de la UNESCO le pide que haga una intervención pública para que ETA libera al Sr. Javier Rupérez, diplomático español y amigo de Palestina (se hizo referencia a la mesa redonda en Madrid en los años de 1960 sobre la cuestión palestina). Arafat decidió sin dudarlo y, a través de la agencia palestina de prensa, lanzó públicamente la solicitud de liberación. Era esencial que la intervención de Arafat la hiciera pública. Y así fue.

La otra gestión con un canónigo vasco, jubilado de la UNESCO, llevó tres días. Se trataba del P. Alberto de Onaindía Zuloaga (1902-1988) que trabajó en París, ya exilado, en los servicios de lengua española de la UNESCO y que paralelamente desarrollaba por su cuenta un programa en Radio Francia Internacional bajo el seudónimo de «Padre Olaso». En esos tiempos, yo no estaba en la UNESCO. El clérigo Onaindía fue un destacado “mediador” del Partido Nacionalista Vasco (PNV), –partido democristiano–, durante la Guerra de España e introductor de la Doctrina Social de la Iglesia en el País Vasco, llegando a entrevistarse con Ángel Herrera Oria (Abogado del Estado, quien después sería obispo de Málaga y Cardenal de España) cuando se barajó la posibilidad, antes de la guerra, de que el PNV se integrara en la CEDA, confederación de partidos católicos. Asocié al escritor español Francisco Fernández Santos que trabajaba en ese servicio de lengua española de la UNESCO y que había conocido al clérigo Onaindía. Logramos encontrar su dirección y teléfono en los archivos del personal de la UNESCO. Le pedimos, sin más preámbulo: El Director General de la UNESCO le solicita, si puede, haga algo en favor de la liberación del Sr. Rupérez por ETA. (Naturalmente sabíamos que el clérigo era un nacionalista vasco con historial en ese entorno). Y subrayamos: el Director General tiene mucho interés en este caso. (Años antes, el Director General le llegó a prolongar el contrato dos años más de la fecha de jubilación porque era muy dotado en lengua española). El «Padre Olaso» fue tajante: Vivo en San Juan de Luz jubilado y voy a ver lo que puedo hacer. Vuelvan a llamarme a este teléfono pasado mañana a tal hora. La nueva llamada dio el siguiente resultado: el comando es muy joven, piensan que se equivocaron al marcar al Sr. Rupérez como objetivo y desean soltar el paquete. Pero piden a la UNESCO que obtenga el cese de los acosos de la policía española. Nuestra respuesta fue contundente: El Director General de la UNESCO hace esta gestión personal como acción paralela y coadyuvante y ha considerado oportuno no informar al gobierno español. Por consiguiente, no es de recibo la petición que nos transmite. He de añadir que incluso el que presidía en España el «comité en pro de la liberación de Javier Rupérez», que fue Joaquín Ruíz-Giménez, nuestro maestro y amigo, además muy vinculado al Director General de la UNESCO Amadou-Mahtar M’Bow y al Director Adjunto Federico Mayo Zaragoza, no fue informado de estas gestiones de «diplomacia humanitaria personal y secreta» del Director General de la UNESCO. Nadie fue informado. La más mínima filtración hubiera neutralizado tales gestiones.

Pasados los años, sólo tres personas han guardado con total discreción la información que hoy aquí se narra por primera vez, por imperativo de la “obligación de reserva” en la función pública internacional, imperativo que hoy ya no es vinculante tras 41 años de los hechos. Asunto cerrado.

No hace mucho, en un apartado en la sede de la Real Academia de Ciencias Morales y Política, en el Palacio de los Lujanes de la Plaza de la Villa de Madrid, hablaba de estos hechos con Javier Rupérez, también Académico Correspondiente de dicha Corporación. Le había puesto al corriente muchos años después. En ese momento de reencuentro entrañable, Javier Rupérez me comunicó: Estoy convencido de que la intervención pública del presidente Arafat y, añadió, del Papa Wojtyla (Juan Pablo II), fueron decisivas para mi liberación. Y tiene esta conjetura cierta lógica: si «querían soltar el paquete», –como nos dijo el clérigo vasco–, sólo dos posibilidades, o asesinado o vivo. Afortunadamente lo dejaron con vida el 12 de diciembre de 1979 a unos kilómetros de Burgos. El discreto encanto de la diplomacia silente a ras de tierra.

Francisco Carrillo Montesinos
(Publicado en el Diario SUR/Vocento, 12.6.2020)