Toma de posesión como Académico de Número de
D. Francisco Ruiz Noguera

  • Discurso de ingreso como Académico de Número
  • «VIDA Y CULTURA EN LA POESÍA DE ALFONSO CANALES» (Pdf 1 K)
  • Laudatio de Dº Antonio Garrido Moraga
  • Salón de los Espejos, Ayuntamiento de Málaga
  • 26 de noviembre de 2015

Toma de posesión como académico de número de D. Francisco Ruiz Noguera.
De izquierda a derecha: D. Elías De Mateo, D. Antonio Garrido, D. Francisco Ruiz Noguera,
El Sr. Alcalde D. Francisco De La Torre, El Presidente De La Academia D. José Manuel Cabra De Luna, Dña. Marion Reder Y Dña. Rosario Camacho.

Excmo. Sr. Presidente, D. José Manuel Cabra de Luna, Excmo. Sr. Presidente de Honor, D. Manuel del Campo y del Campo, Ilmos. Sras. y Sres. Académicos:

En primer lugar, quiero hacer público mi agradecimiento a los miembros de esta Real Academia por la amablemente unánime decisión con que fue acogida la propuesta de mi posible ingreso como miembro de la institución, presentada por los Dres. D. Elías de Mateo Avilés. D. Antonio Garrido Moraga y Dª María Josefa Lara García, a los que agradezco tal iniciativa, al igual que agradezco al Dr. Garrido su disponibilidad para pronunciar el discurso que me habrá de recibir como miembro de número de esta Real Academia. Para mí es un honor formar parte de esta centenaria, prestigiosa y no solo respetable, sino también y, sobre todo, respetada institución. Espero poder contribuir, en la medida de mis posibilidades, al alcance de sus objetivos.

Permítanme, antes de entrar en materia, un envío previo: no sé yo si, protocolariamente, es preceptiva la dedicatoria de un discurso de esta naturaleza; en cualquier caso, yo sí quiero dedicarlo a Francisco Ruiz Cañedo y Rosario Noguera García.

He titulado este discurso de ingreso en la Academia «Vida y cultura en la poesía de Alfonso Canales». Quiero hacer algunas matizaciones previas.

La primera es de orden terminológico y metodológico, y tiene que ver con el título: «Vida y cultura en…»; la cuestión está en si es dado disociar ambos conceptos —vida y cultura— como parece que el título sugiere. Como sabemos, mucho se ha escrito sobre la pertinencia o no de tal disociación y sobre la definición y redefinición del concepto de cultura: gigantes intelectuales de nuestro tiempo como T. S. Eliot o George Steiner lo hicieron; y, en ámbito más cercano al nuestro, parte del pensamiento de ambos y de otros, como Lipovetsky o Baudrillard, ha sido retomado recientemente por Mario Vargas Llosa en su crítico ensayo La civilización del espectáculo.

El sentido con el que empleo aquí el término cultura no es el de carácter antropológico según el cual abarcaría «todas las manifestaciones que derivan de la vida del ser humano en sociedad» (con lo cual tendría escaso sentido, lógicamente, la disociación de la que hablé), sino que está empleado en el sentido que le da la tradición a la que apela el mencionado ensayo de Vargas Llosa, coincidente, por ejemplo, con lo expuesto por Manuel Casado Velarde en su libro Lenguaje y cultura donde reserva tal término cultura para referirse a «aquellas actividades creadoras del espíritu cuyos resultados no son materiales, o en que lo material no es determinante», postura, por cierto, claramente en la línea del gran lingüista Eugenio Coseriu en su libro El hombre y su lenguaje.

La segunda matización tiene que ver con lo personal y lo afectivo, y está en relación con el punto de partida: con mi descubrimiento del poeta Alfonso Canales y mi admiración por su poesía, que naturalmente, está en la base de la elección que he hecho para este acto; o sea, la razón de este discurso. Se trata de una ocasión anecdótica que he recordado otras veces al hilo de los diversos trabajos que he realizado sobre su obra, de los que aquí recordaré dos: en primer lugar, la antología Ocasión de vida, que, por indicación del propio Canales, preparé para la colección Vandalia, de la sevillana Fundación Lara, del grupo editorial Planeta; y, en segundo lugar, la publicación de las actas del homenaje que se le tributó al poeta en este mismo Salón de los Espejos hace ahora diez años, que tuve el honor de coordinar, y en el que intervinieron, junto a otros ponentes, algunos miembros de esta Academia como D. Manuel Alcántara, Dª María Victoria Atencia, D. José Infante, D. José Manuel Cabra de Luna y D. Antonio Garrido, o Medallas de Honor de la Academia como D. Pablo García Baena. Las actas de aquellas jornadas fueron editadas por el académico D. José Manuel Cuenca Mendoza, (Pepe Bornoy) y por quien les habla, y constituyen una de las publicaciones de esta casa.

La ocasión anecdótica, recordada también en aquellos momentos y a la que quiero referirme ahora, es que, a mí, con Alfonso Canales me pasó lo mismo que sucede con el acercamiento que el lector va teniendo a los personajes de Galdós: primero vino el conocimiento de su voz (la palabra), después, el de su persona. A finales de los años sesenta, como tantos adolescentes malagueños de entonces, yo era alumno del único Instituto de Enseñanza Media masculino de la ciudad: el de Nuestra Señora de la Victoria en Martiricos. Un día, una profesora de literatura que era toda una institución en Málaga, la inolvidable doña Elena Villasana, decidió hablarle a un muy reducido grupo de alumnos de algo que estaba fuera de programa: los últimos nombres de la literatura española, y fue entonces cuando supimos que uno de los más destacados poetas españoles del momento era malagueño y vivía en Málaga. Naturalmente, picado como estaba ya entonces por esa abeja insistente de la poesía, me lancé de inmediato en busca de Aminadab, ese libro sobre el demonio —doña Elena sabía suministrar la dosis justa de morbo para despertar curiosidades juveniles— que hacía solo unos años había obtenido el Premio Nacional de Poesía. No encontré Aminadab aquella tarde, pero sí estaba en la Ibérica —la librería de calle Nueva que, en tiempos, había sido del novelista y académico, presidente de esta Real Academia, don Salvador González Anaya— otro libro del entonces, para mí, desconocido poeta: allí estaba Port-Royal, que acababa de salir aquel mismo año.

¿Comprendí yo entonces aquel libro en toda la compleja intensidad que tiene? Seguramente no; para empezar, recuerdo que el propio título (Port-Royal) fue el primer enigma que me llevó a las enciclopedias; pero yo creo que marcan, sin duda, las lectura adolescentes y a mí, con independencia de posibles precarias comprensiones, me fascinó aquel libro de poemas marcados por las horas: un libro ordenado con precisión de cronómetro no sólo en los subtítulos de cada composición —«El encuentro (4 de la tarde)», «El claro (6 de la tarde)», «La vuelta (8 de la tarde)»—, sino también en la solidez medida del conjunto.

El caso es que aquel libro profundo y serio me llevó a otros, y di con Cuenta y razón, que se había publicado en Adonais; y aprendí allí cómo un objeto cualquiera —un tapón de cerveza olvidado en la playa, por ejemplo— puede, por voluntad simbólica, convertirse en «astro», en «doblón de alegría», en «puño de luz», en «refulgente crin de fuego», y supe que nada es desechable para la poesía porque también «un tapón de cerveza abandonado / puede cambiar el curso de las horas».

En fin, luego —más adelante— me fue llegando la voz de Canales en, por fin, Aminadab —deslumbrante—, y en Réquiem andaluz —con la búsqueda de «aquel retrato lleno de flores oxidadas»—, y en El canto de la tierra —con aquella dedicatoria memorable: «Al conde Drácula, quien tenía la precaución de viajar siempre con un ataúd en el que había depositado tierra natal, a fin de asegurarse la vuelta al origen». Pero para entonces —a esas alturas de la novela, como sucede con los personajes de Galdós—, ya había unido yo aquella voz a la persona concreta a la que había visto presentar en conferencias a Miguel Ángel Asturias, a Enrique Lafuente Ferrari, a Camilo José Cela; la persona a la que, por fin, saludé tímidamente en un acto —con motivo del Premio Nobel a Neruda— organizado, precisamente, por la severa y siempre cariñosa doña Elena Villamana, que había sido —ya saben— la que había prendido la mecha algo antes, una mañana en Martiricos.

Desde entonces, como dije, he frecuentado la poesía de Canales, además de para leerla y degustarla, para trabajar sobre ella desde distintos puntos de vista. Hoy lo haremos desde esa vinculación vida y cultura que anuncia y el título.

Como sabemos, Alfonso Canales (que vivió entre 1923 y 2010), y que presidió esta Real Academia durante veinte años, es, sin duda —según mi criterio y el criterio de muchos— uno de los poetas fundamentales de las generaciones españolas de posguerra. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía (1965) por el libro Aminadab, y el Premio Nacional de la Crítica (1972) por Réquiem andaluz. Junto a estos dos libros, otros como El Candado, Port-Royal, Gran fuga, El año sabático, El canto de la tierra, El puerto, Glosa, Ocasiones y réplicas constituyen los pilares de una obra excepcional, hecha al margen de las modas y lingüísticamente impecable.

En su poesía, los elementos culturales se funden con los vitales de forma totalmente natural, sin impostación («soy de los que creen —dijo— que un poeta no puede ni debe liberarse de sus lecturas, que constituyen vivencias tan incitantes como aquellas otras nacidas en el personal ejercicio del vivir»): el culturalismo, por tanto, concebido como forma natural de expresión de la experiencia y aun como rasgo de honestidad porque, para él, «un poeta consciente es siempre, en mayor o menor grado, culturalista: y no podría cometer mayor falsedad que la de intentar disimularlo, pretendiendo que los lectores lo juzguen un creador que parte de la nada, un ser superior que de la manga extrae su propio mundo falto de genealogía».

En el desarrollo de la poesía española, es decisivo el momento en que Alfonso Canales publica Aminadab en la prestigiosa colección de libros de la Revista de Occidente. Estamos en 1965. Todavía no se ha publicado Arde el mar de Pere Gimferrer, que aparece al año siguiente (1966), y todavía, cuando sale el libro de Canales, faltaban cinco años para que, en 1970, se publicara la conocida y polémica antología de José María Castellet Nueve novísimos poetas españoles. Es decir, Canales se había adelantado un lustro —como también se adelantaron los poetas cordobeses de la revista Cántico— a los nuevos modos del culturalismo engastado de forma muy notable en los poemas por parte de poetas muchos más jóvenes que él. No es de extrañar, por eso, que a raíz de un libro fuertemente cargado de referencias culturales, como Aminadab, Canales atrajera la atención de los por entonces jóvenes poetas españoles de la llamada generación de los novísimos, venecianos o del 70, y así, escribieron artículos elogiosos sobre la poesía del malagueño jóvenes como Pere Gimferrer, Marcos Ricardo Barnatán, Jaime Siles, José Infante o Guillermo Carnero que llegó a titular el suyo del siguiente modo: «Alfonso Canales, milagro de una generación sin suerte en la historia de nuestra poesía».

Y no es que Aminadab fuese el primer libro de Canales con esa presencia de lo cultural mezclado —o mejor, trenzado— con lo vital, eso es algo que está en él desde el principio, en lo que él mismo llamó su «prehistoria», a la que pertenecen dos cuadernos: el primero, Cinco sonetos de color y uno negro (1943) breve cancionero de amor juvenil (que sigue la estela de los Sonetos de amor por un autor indiferente, de Muñoz Rojas, aparecidos un año antes; la relación de Canales con Muñoz Rojas, al que consideraba su maestro, fue decisiva en su formación). Estos iniciales poemas del jovencísimo Canales responden a una estética que está entre lo parnasiano y lo simbolista, no ya por referencias más o menos externas, como los sonetos «Correspondencias» de Baudelaire y «Vocales» de Rimbaud, sino por similitud de tono con, por ejemplo, Albert Samain o Jean Moréas, e incluso, antes, con los Esmaltes y Camafeos de Théophile Gautier, todo lo cual había llegado al ámbito hispánico a través del Modernismo. Este primer libro de Canales está claramente concebido casi a la manera de ejercicio de estilo sobre modelos de la tradición hispánica admirados por el joven escritor, de tal forma que en cada uno de los sonetos se recrea el imaginario correspondiente a Garcilaso, fray Luis de León, Góngora, Espronceda, Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez.

También el siguiente cuaderno, Las musas en festín (1950), participa del homenaje a la tradición, en este caso a los poetas satíricos castellanos del siglo XVII. El hecho de que por estas mismas fechas Muñoz Rojas y Canales hubieran preparado —para la colección A quien conmigo va, que ellos fundaron— la edición de El festín de las Musas del barroco malagueño Juan de Ovando y Santarén no parece que sea ajeno al tono y a la forma de los nueve sonetos que componen el breve libro (con títulos de cada una de las musas para la sátira de personajes contemporáneos).

Igualmente, de 1950 es su primer libro extenso, Sobre las horas. Las referencias culturales apuntan en este caso, por una parte, a la tradición barroca hispánica, especialmente a Quevedo y el clásico Fugit irreparabile tempos que figura en una viñeta de la cubierta del libro; y, por otra, al existencialismo. Aunque será más adelante, en el verano de 1952 cuando Canales viaje a Francia para hacer un curso de lengua y literatura francesa en la Sorbona y conocer los círculos existencialistas —incluido el conocimiento de Sartre—, ya desde finales de los cuarenta, había frecuentado la lectura del propio Sartre o de Heidegger. También presente en este libro, un sentir de la Naturaleza heredado de un barroco antequerano como Pedro Espinosa.

Decía Canales que «1956, año de la aparición de mi libro El Candado, es con propiedad mi año uno»; de la misma opinión era el que fue su primer gran critico, Enrique Molina Campos.

En el título de este nuevo libro se mezclan la realidad y el símbolo: «Pasé la niñez en un trozo de costa mediterránea conocido por el topónimo de “El Candado”. El nombre era, de por sí, sugerente. Y traté de forzar el candado que cerraba mis años más lúcidos, escarbando en mis recuerdos infantiles».

Una recuperación, pues, del mundo de la infancia con elementos de la imaginería simbolista, muy en la línea del Machado de Soledades, galerías y otros poemas. En la recreación de ese espacio-tiempo, predomina lo narrativo porque lo que se pretende es la ordenación de los recuerdos: trata de establecerse una lógica en la recuperación ante el torrente de imágenes.

Los dos libros siguientes, Cuestiones naturales (1961) y Cuenta y razón (1962) forman parte ―tanto por el mundo al que atienden como por la forma expresiva— del ciclo abierto con Sobre las horas. Tiempo y muerte son lo temas dominantes en los doce sonetos de Cuestiones naturales. Por su parte, Cuenta y razón, libro un tanto misceláneo, reúne poemas diversos que conectan, sobre todo, con las preocupaciones existenciales y religiosas: es clara la sintonía con el Aleixandre de Historia del corazón y, sobre todo, el Dámaso Alonso de Hijos de la ira.

Si estos libros cierran una etapa, con Aminadab (1965) se abre otra que, aunque con matizaciones en el acercamiento al mundo y con una mayor solidez expresiva, no supone una ruptura con lo anterior porque en la poesía de Canales —de una gran coherencia de mundo y palabra— todo se va trenzando de tal manera que es posible establecer relaciones entre libros que, a veces, solo están distantes en lo temporal, no en el imaginario en el que se sustentan.

Aminadab es un libro sobre el demonio y sobre el mal, pero de ningún modo es un libro moralista. El propio poeta explica el porqué de ese título: «Llamé Aminadab al protagonista del poema porque este nombre figura en la Vulgata (Cantar de los Cantares, 6, 12) por obra de una corrupción de la Palabra divina, que llegó a engañar a san Juan de la Cruz. Entre todos los nombres que le han dado al enemigo íntimo, ninguno juzgué tan propio como éste».

En cierto modo, hay en el libro una búsqueda de ese enemigo íntimo porque «es un personaje con el que fácilmente se encariñan los poetas —dice Canales—, sobre todo si su formación religiosa es latina». El sentido último de esa búsqueda se revela en el primer poema: llegar a Dios incluso por el conocimiento de su contrario.

Por varias razones es Aminadab un libro singularísimo en el momento de su aparición. Por una parte, la poesía española iba por caminos muy distintos a los que temática y formalmente aquí encontramos. El tema del diablo (un libro entero dedicado a él) no es común en un tiempo en que la mirada poética se dirige, por lo general, a lo cotidiano y al entorno social inmediato. La mirada de Canales —bastante ajena, como hemos dicho, a modas— se dirige, una vez más, hacia las preocupaciones que ya estaban en buena parte de su obra anterior, como es el caso del existencialismo de corte religioso: «He sido calificado con frecuencia de poeta religioso y, si me apuran, me jacto de serlo. La religión —no necesariamente el formalismo confesional— es la más alta de las incitaciones humanas».

La religiosidad de este libro bascula entre la identificación de Aminadab con el mal y todo lo negativo y, por otra parte, una cierta atracción hacia su rebeldía contra Dios y hacia su propuesta de endiosamiento del hombre: no deja de ser significativo que los versos finales del libro sean estos en que se contrapone a dos arcángeles: Miguel y Luzbel (luego Lucifer): «Y cuando el fiel hermano / Miguel, con trueno y rabia, / interrogaba a todo lo creado, / […] / diciendo: / “¿Quién como Dios?”, él [Luzbel] quiso / levantar una nube de polvo que llevara / su grito a lo celeste, y profería: / “¡El Hombre, el Hombre, el Hombre, el Hombre, el Hombre!”».

Como hemos dicho, una de las singularidades de Aminadab está en su alta carga culturalista antes de que el culturalismo se fijara como nueva moda; el culturalismo de Canales tiene la base sólida del abundantísimo caudal de sus lecturas; con toda propiedad puede decirse que la espléndida biblioteca que poseyó —y que ocupaba toda su casa—, constituía su entorno inmediato. No es, pues, el de Canales un culturalismo epidérmico o impostado sino expresión natural de un mundo asumido. He aquí sus consideraciones al respecto: «soy de los que creen que un poeta no puede ni debe liberarse de sus lecturas, […]. Todo estriba en que las lecturas hayan experimentado el metabolismo necesario, para incorporarse a la vida del poeta, llegando a formar parte de sus tejidos mentales».

En gran medida, el mismo carácter de culturalismo plenamente asumido y de búsqueda en la conflictiva relación con lo divino tiene un libro fundamental en su trayectoria como Port-Royal. Se diría que, en este libro-poema dividido en quince cantos, el autor se propone ajustar, mediante la escritura, cuentas pendientes desde el pasado de su infancia. Lo vivencial y lo cultural-aprendido (y aprehendido) están en la base de este gran poema desencadenado por un hecho concreto: la visita a la abadía jansenista de Port-Royal des Champs, pero, en realidad, junto a eso, es la formación jesuítica de su infancia en el malagueño colegio de San Estanislao (de El Palo) y sus lecturas de Sainte-Beuve sobre aquel conflicto religioso del XVII lo que están en la base de todo.

La indagación en aquel episodio histórico del jansenismo es, en realidad, la indagación en su propia lucha interior en el sentimiento religioso, algo que estaba, como hemos visto, en Aminadab, y cuyo desarrollo poético ya se anunciaba antes en el libro El Candado.

El conflicto planteado en Port-Royal es el de la búsqueda de un camino para el enfrentamiento entre una religiosidad severamente entendida y la tendencia a la sensualidad: lo que Canales, ha llamado «mi catolicismo meridional». Es el conflicto entre la tristeza derivada de esas severidades y la alegría de lo vital. El contraste entre los primeros y los últimos versos del libro son muy elocuentes no solo en relación con la naturaleza de esta lucha sino también en relación con el sentido en que la lucha se resuelve: en principio, en los primeros versos del libro, está la tristeza de Dios («¿Es así, ¿Señor, es así tu tristeza? / ¿Es así tu descontento de los hombres?»); sin embargo, al final, en el cierre del libro, la trasgresión de la norma de no comer del fruto prohibido (el fruto del árbol del bien y del mal, el fruto de la sabiduría) no provoca la ira divina, sino su complicidad y su alegría: «He entrado en otro / jardín. Está prohibido / pisar sobre la manta del césped. Pero piso, / y Tú te ríes, y me ves altivo llegar hasta este árbol / cuyos frutos, seguro, no se comen. / Mas yo los he mordido, y me tiendo, y aguardo, / y lo sé todo, y no me odias. / ¿Es así, Señor tu alegría?»

En Aminadab y Port-Royal se ha consolidado el mundo poético —también en lo expresivo— de Alfonso Canales. En los libros que siguen el poeta, básicamente, ha insistido con gran maestría en el desvelado de distintas parcelas de ese mundo personalísimo y cultísimo que nunca ha querido contagiarse de otras voces del momento que lo distrajeran de la suya.

Sobre el valor positivo de la insistencia en la voz —referido aquí al lenguaje—, Canales ha sido muy explícito: «Sólo a fuerza de dar golpes en el mismo clavo es posible profundizar, salvo que el clavo se tuerza. Para un poeta, se tuerce el clavo cuando los golpes se dan con el socorrido martillo de la palabrería inservible. El instrumento es tan capital como la materia sobre la que se trabaja. Y el instrumento del poeta es el lenguaje».

La insistencia, no obstante, no ha anulado la exploración en nuevas líneas —nunca desmadejadas de la coherencia de sus planteamientos— que tienen que ver con lo inmediato-cercano de su mundo.

En 1970, dos años después de Port-Royal, aparecen dos nuevas entregas de Alfonso Canales: Gran fuga y Reales sitios. La primera publicación es un largo poema de cierta complejidad formal que sigue una estructura musical. La relación de Canales con la música es intensa y arranca de la niñez («mi deseo —dijo— hubiera sido escribir música, mas para ello hubiera necesitado un aprendizaje precoz, del que carecí»); en el poema «Al otro lado del muro», del libro Ocasiones y réplicas, recuerda la importancia decisiva que tuvo para su pasión musical y para su sentido rítmico oír, cuando era niño, al otro lado del muro, a su vecino cantar el aria de Manon; ese vecino el era el poeta Emilio Prados.

En Gran fuga, son cuatro voces las que —a la manera de la Gran fuga de Beethoven— reflexionan sobre un tema obsesivo: el tiempo que, en palabras del poeta, está «irremisiblemente fugado por la siempre abierta escotilla del presente». El escoger esta forma de poema a cuatro voces atiende al propósito de objetivar la experiencia y huir del sentimentalismo: «me apoyé en los últimos cuartetos de Beethoven, como posible fórmula para escandir la voz (evitando de ese modo la engolada solidez del yo cantarín)»: así es que el tiempo (y también Dios); y las continuas referencias culturales (sobre todo literarias); y, nuevamente, lo vivencial-sensual en identificación con lo natural y lo divino.

La complejidad de este largo poema tuvo, años más tardes, una lectura plástica en el libro de artista que preparó José Manuel Cabra de Luna: ocho grabados en distintas técnicas más el texto.

Esta relación con la música se ha manifestado no solo en este poema sino también en, por ejemplo, la publicación de Décimas en tono menor con la partitura del maestro Pedro Gutiérrez Lapuente (publicado en Madrid por la Unión Musical Española), y también, de forma más sustantiva, puesto que afecta al planteamiento poemático e incluso a la estructura de la obra, en libros como Réquiem andaluz, y en Momento musical (que fue publicado en los cuadernos de Jarazmín de José Infante y Pepe Bornoy, y que alude a Schubert), e incluso, en cuanto al título y a su contenido, tal relación está también presente en El canto de la tierra (con clara alusión a Mahler).

Gran fuga figura luego como poema de cierre de Reales sitios, libro que se abre con una cita de Nöel Arnaud: «Je suis l’espace où je suis». Estamos ahora ante un libro que —en su intencionalidad de recuperación— tiene mucho que ver con El Candado; si allí se recuperaba un tiempo (el de la infancia) a través del recuerdo de lo vivido en un espacio concreto, aquí se trata de recuperar los múltiples espacios en que discurre el tiempo de una vida: libro unitario que propone un recorrido por las sucesivas casas en que el poeta vivió: una propuesta de relación afectiva entre el ser humano y el espacio que habita, pasando, además, por otras casas («Casa de los sueños», el cine; «Casa de Dios», los templos; casas de los amigos: por ejemplo, «Casa de Vicente», por Aleixandre; «Casa de Jorge», por Guillén), hasta llegar al yo en el presente y a la: «Casa de Uno»: «[…] Ya estoy entre mis libros / otra vez. Los paisajes / colgados se repiten / y las voces también».

Recuperación, estructura unitaria y composición con base musical son los pilares del poema Réquiem andaluz (1972). Junto con Gran fuga, es este el poema de mayor elaboración formal de Alfonso Canales. El acopio de sus saberes (culturalistas y retóricos: en cuanto a la ordenación, la dispositio, del material) están aquí al servicio de una experiencia personal dolorosa: clarísima fusión de vida y cultura en que la compleja estructura formal de la obra tiene un claro valor significante.

La sustancia del poema parte de lo más cercano: la muerte de la madre del poeta; pero ya hemos visto que Canales huye de cualquier forma de estridencia, de ahí la búsqueda de la forma adecuada: «traté de liberarme de un agudo dolor, sometiendo sus punzadas a un implacable tratamiento formal, de manera que la intensidad del grito quedara partida en dos. De nuevo me sirvieron los recursos musicales. […] al abordar la factura del Réquiem, pensé en el segundo tiempo del concierto para dos violines de Bach, inigualable modelo de reportada esquizofrenia».

El poema se concibe como elegía a dos voces que, a lo largo de cuarenta y un fragmentos, remiten a tiempos distintos (marcados incluso tipográficamente con letra redonda y cursiva): el de la historia de la madre desde su niñez y el de la historia de su agonía (todo con un enfoque puramente humano: la historia de una relación materno-filial). Ambas voces corren en paralelo hasta llegar a la mitad del poema (después de haberse nombrado por vez primera a Dios), a partir de ahí, se produce una inversión en lo que cada voz cantaba, hasta llegar —al final del poema— a la fusión de ambas voces. El ritornelo continuo en ese diálogo es la búsqueda de una imagen de antaño: «No encuentro aquel retrato / lleno de flores oxidadas, telas / desteñidas, blancuras / creadas por la luz de un gran sol muerto».

Por otra parte, el diálogo no solo se da entre las dos voces que hay en el poema sino también en el poema consigo mismo e incluso —gracias a un mecanismo de remisiones internas— el diálogo de este poema con otros anteriores. Es evidente que parte de ese espacio del pasado en que se hurga tiene que ver con la recuperación que se llevó a cabo en El Candado.

Como muestra de este mecanismo de remisiones internas en su obra, tenemos las «Notas a Réquiem andaluz», cuarto apartado de su siguiente libro, Épica menor (1973). En esas notas, se desarrollan como poemas algunas de las referencias culturalistas aparecidas en el libro de 1972. No está en este aprovechamiento del culturalismo la principal aportación de este nuevo libro sino, por una parte, en la incorporación de una nueva forma expresiva también de base cultural (el epilio helenístico: breve poema narrativo, a veces de tema histórico, a la manera en que lo hiciera Cavafis), y por otra parte, en la abierta declaración de una poesía erótica; estas dos líneas, junto con el sentir temporal y la fuerza de la Naturaleza forman un entramado que se extiende por el resto de sus libros de los años setenta y ochenta : El año sabático (1976), El canto de la tierra (1977), El puerto (1979), Glosa (1982), Tres oraciones fúnebres (1983) y Ocasiones y réplicas (1986).

La primera parte de Épica menor reúne poemas narrativos en que la voz se objetiva. En realidad, esta forma de enfocar el poema corresponde a lo que conocemos como monólogo dramático, del que ya nos habló —practicó— Cernuda tomando modelos anglosajones. La nueva forma supone, en Canales, una manera más de mirar fuera de los problemas íntimos o, al menos, de hacer propios, en tono moderado, algunos asuntos cívicos como, por ejemplo, el poder (en el poema «Discurso de César a las legiones»). El epilio —según ese entramado de su obra varias veces mencionado— no es privativo de Épica menor, la tercera parte de El puerto está compuesta por dos de ellos: «Duritia Vetus» (de una fuerte carga culturalista) y «El toro Lázaro», espléndido poema sobre la duda en el más allá.

El año sabático (con apariencia de prosa, aunque en realidad, como advierte el autor en el prólogo, «todo él está medido en sílabas contadas») empieza —casi seña de identidad estilística de Canales— con una interrogación: «¿Será ya todo un deslizarse a la grava del terraplén (¿no es pronto?)». En los 365 textos que componen el libro, están contenidos, nuevamente, algunos de los temas fundamentales del poeta malagueño: la Naturaleza (la tierra como fin), la muerte, el tiempo, la propia literatura.

Del primero de ellos será del que trate en otro libro unitario como El canto de la tierra, en el que se declara la necesidad de «nombrarlo / todo, antes de que tarde / sea, y se quede sin sonido alguna / cosa soñada o vista»; es decir, la palabra como fijadora real del mundo: la palabra contra el olvido y contra la muerte. El canto de la tierra es la radical proclamación de un tipo de vitalismo que, en rigor, incluye el envés de la hoja, no solo la tierra en su parte luminosa, sino también en la llamada de la sombra: «Contigo, madre tierra, / tierra de promisión, / […] tierra adentro / iré cuando me llames, / […] / Contigo / iré cuando me pidas que aterrice, / que aterrado me quede, que enterrado / me duerma entre terrones / tuyos, / […]. / Tierra, / mi paraíso terrenal, mi cielo».

La tierra como principio y como maestra y, al mismo tiempo, la tierra como fin, que está también en el poema «La grieta», del libro Glosa, en el que se establece otro juego cultural literario: el diálogo con una de las joyas literarias de la poesía en español: el conocido poema e Rubén Darío «Lo fatal»: «Dichos el árbol que es apenas sensitivo / y más la piedra dura porque esa ya no siente», etc.

Precisamente con una cita de ese mismo poema de Rubén se abría otro libro de Canales, El puerto («y ser sin rumbo cierto»). Por otra parte, «los frescos racimos» y «los fúnebres ramos» de «Lo fatal» (que sirven también de título para un poema de El puerto), estaban ya en uno de los textos de El año sabático.

Es decir, de hecho, se hace una glosa del texto de Darío en varios lugares de su obra y se atiende muy especialmente a la contraposición erotismo/muerte; pero también está en el libro Glosa —como lo estaba en libro El puerto— la vida como navegación incierta en el poema. Eros y Tánatos son el trenzado de la vida; el poema «Birthday», supone la reafirmación de la vida y del mundo todo desde el yo que le da sentido y existencia: «Los días que tú cuentas tiene el mundo: / pues cuando tú no estabas, ¿qué de real había?»

La valoración positiva de la vida —aun en su fugacidad—, con la aceptación de lo propicio y lo adverso está en la base de un poema espléndido —una auténtica joya— como «Los años», del que solo puedo leer el principio: «Hermoso es morir joven / y dejar el recuerdo de la piel no tocada / por agravios del tiempo: / pero lo es más haber vivido mucho / y haber hecho que el cuerpo se fatigue / de amor y de labor».

Similar —en la visión positiva del vivir— es el enfoque de «Vita facta momentos», de Ocasiones y réplicas, un libro al que, en crítica de Antonio Garrido, «se puede aplicar perfectamente aquel principio de Hölderlin de que “el sentimiento es la mejor sobriedad del poeta”». Ese sentir la vida como momentos irrepetibles es lo que está en versos como estos: «Hoy es el primer día del tiempo que me queda, / y quiero celebrarlo bebiéndome contigo / un trago de esperanza. / Lo de atrás ya está hecho: / invítame al futuro por corto que resulte».

La luminosidad de ambos textos contrasta —muy a lo Caravaggio— con las sombras de otro de los libros de esta etapa, Tres oraciones fúnebres, compuesto por tres discursos (ese es el sentido de la palabra oración aquí) sobre la muerte: culturalismo de máxima imaginería barroca (sobre todo en «Sic transit» recreación del mundo pictórico de Valdés Leal) que termina con una referencia al «hedor del subsuelo / de un sucio paraíso minado por las sombras», en contraste, una vez más, con la aceptación de la tierra como «mi paraíso terrenal, mi cielo», que ya vimos en El canto de la tierra.

En 1994, reunió Alfonso Canales sus Poemas Mayores en edición de Mª del Pilar Palomo, en la colección Ciudad del Paraíso. Tener presente el conjunto de lo nuclear de su obra permitió ver su grandeza. Desde entonces, en vida del poeta, solo aparecieron dos breves entregas —Poemas de la teja (1998) y Nuevos poemas de la teja (2000)— que, en 2012, dos años después de la muerte del autor, se unirían, en edición conjunta.

La teja, con clara referencia al bíblico libro de Job («Sentado sobre la ceniza, se limpiaba la úlcera con una teja») es, nuevamente, la historia de una pérdida, y es el Canales más reflexivo el que está aquí de nuevo con sus dudas y su existencialismo religioso, con su afán por recuperar lo vivido y amado: «Como Job me resisto / a haber perdido lo que amé». Pero hay ahora, por una parte, una mayor concreción de lo que antes era planteamiento abstracto o metafísico, y por otra, una notable carga de desesperanza e incluso de extrañamiento: como una mirada ajena sobre el yo y su pasado: «Como quien ve una cinta de romanos / veo mis gastados días, mis pesquisas de niño, / mis lejanos jardines […] / Ya no es mío este tiempo / gastado y muerto».

Junto a esto, el tono de desolación —contenido en lo expresivo e intenso en la sustancia— que lleva a la identificación de la poesía como —en el decir de Cela— «purga del corazón» y, más aún, como herida.

Estos poemas de La teja son el broche de la manifestación última de un mundo poético de asombrosa solidez, un mundo levantado siempre desde una voz propia que ha sabido catalizar la riqueza de la mejor tradición sin apartarse de lo personal-vivido. Como dijo Víctor García de la Concha en su crítica de los Poemas mayores: «No abunda hoy entre nosotros este tipo de poesía que brilló en la Edad de Oro. El mérito principal de Alfonso Canales consiste en bordar sobre un cañamazo plenamente andaluz, y aun malagueño, un discurso universal. Y en hacerlo trenzando una confesión personal con ricos hilos de vieja cultura».

Francisco Ruiz Noguera

Málaga, 28 de enero de 2016

Toma de posesión como Académico de Número de
D. José María Luna

  • Discurso de ingreso como Académico de Número
  • «MUSEOS PARA LA VIDA» (Pdf 577k )
  • Laudatio de Dº Angel Asenjo Díaz
  • Salón de los Espejos, Ayuntamiento de Málaga
  • 25 de junio de 2015

Decía en 1971 George Riviere, el padre de la Museología moderna, que “el museo era una realidad ya antigua, en el momento en que nace el término. Un tesoro de los dioses y de los hombres, en el comienzo de los tiempos. Un laboratorio, un conservatorio, una escuela, un lugar de participación de nuestro tiempo. Una máquina para coleccionar, de todas las épocas. Con o sin techo. En el que la cabeza avanza a audaces saltos, y el final no acaba de llegar. En desarrollo exponencial, mancha de aceite extendiéndose a través del mundo. Cultivando la sincronía en la diacronía, o la diacronía en la sincronía. Alrededor de todas las disciplinas del arte y del saber. Una familia internacional, de nuestros días”. Espero que me perdonen ustedes la larga cita, pero me parecía ineludible por dos importantes razones. La primera de ellas, naturalmente, la cita y elogio del maestro, y la segunda porque sabiamente define y sintetiza muchas de las preocupaciones y reflexiones que aún hoy en día nos plantea el Museo y nos planteamos cuantos en torno a estos extraordinarios lugares reflexionamos y hemos tenido el privilegio, el enorme privilegio, de trabajar. Pero hoy no se trata de mi experiencia como profesional de la gestión cultural y más concretamente de la gestión de instituciones museísticas. Eso seguramente, estoy convencido de ello, sería muy aburrido y nada más lejos de mi intención que cansarles.

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Toma de posesión del Presidente de la Académia
de D. José Manuel Cabra de Luna

  • Discurso de ingreso como Académico de Número
  • «PROGRAMA PARA LA ACADEMIA FUTURA» (619K)
  • Salón de actos de la Sociedad Económica de Amigos del País
  • 25 de junio de 2015

Sr. Presidente de Honor de esta Real Academia, dignísimas Autoridades, Señoras y Señores Académicos, Señoras y Señores:

PROEMIO

No está establecido en nuestros estatutos y ni siquiera es tradición en la institución, que el acto de Toma de Posesión de una nueva Junta de Gobierno tenga un carácter abierto, como éste, y en cualquier caso no exento de una contenida solemnidad. Y hemos querido hacerlo así porque entendemos que el momento de Málaga, la ciudad y la provincia entera y el de la propia Academia lo requieren; queriendo significar con este acto que comienza un nuevo estadio en el devenir de esta más que centenaria institución. Espero poder transmitírselo así a lo largo de estas palabras.
Pero el comienzo de esta intervención debe estar marcado por el agradecimiento. El profundo agradecimiento que toda la Academia debe a la Junta de Gobierno saliente y como símbolo de ella al que hasta nuestra elección ha sido Presidente y hoy es Presidente de Honor. Don Manuel del Campo y del Campo ha dedicado su vida a la música y a la enseñanza de ésta. La música es, sin duda, la más universal de las artes y, al tiempo, es la que más se acerca al lenguaje mudo de los dioses pues consigue hacer del silencio un elemento activo de la composición. Sin silencio no habría música y la nota, en sí misma, quedaría en ser mero ruido. Bendito aquel que consigue ser dueño del silencio, no ya del suyo sino del inmenso silencio de todos. Pero también ha dedicado su vida a la enseñanza, a transmitir el conocimiento, lo que – al decir de George Steiner – es la más alta dedicación a la que el ser humano puede aspirar.
Don Manuel del Campo ha ejercido su presidencia en dificilísimas circunstancias familiares, pero incluso en la adversidad más dura ha continuado al timón de la Academia; hoy otras obligaciones urgentes le requieren y por todo ello, por unanimidad de todos los académicos, es ya Presidente de Honor de nuestra institución. Muchas gracias a ti, Manolo, a tus familiares y al equipo que te ha acompañado en tu singladura presidencial.
Quisiera también hacer una mención muy especial y cariñosa para un Académico egregio que, sobreponiéndose a su delicada salud, ha querido hoy acompañarnos; me refiero, claro está, a Manuel Alcántara. Amigo y maestro, que ha elevado sus artículos a la categoría de canon de ese difícil género periodístico y que ha conseguido, en su poesía, lo que tantos ambicionan y solo los elegidos consiguen: ser capaz de la mayor hondura a través del lenguaje más sencillo. Permítanme un sentido homenaje leyéndoles el que, para mí, es uno de sus poemas mayores:

Cuando termine la muerte,
si dicen a levantarse,
a mí que no me despierten.

Que por mucho que lo piense,
yo no sé lo que me espera
cuando termine la muerte.

No se incorpore la sangre
ni se mueva la ceniza
cuando termine la muerte.

Que yo me conformo siempre,
y una vez acostumbrado
a mí que no me despierten.

Pero sería incompleto este proemio si no hago referencia, por breve que sea, a quienes con generosidad e ilusión han decidido acompañarme en esta etapa:

*La profesora Rosario Camacho, docente ejemplar e investigadora paciente y brillantísima. Ahí es nada dejar tras de sí decenas de publicaciones, algunas de ellas imprescindibles para Málaga y una extensa saga de discípulos que la respetan y la quieren. No habiendo nacido en Málaga, ha hecho más por nuestra ciudad y provincia que la gran mayoría de los malagueños; somos deudores de ella. Rosario Camacho será nuestra Vicepresidenta primera.

*Ángel Asenjo: La escena es imaginaria, pero puede acercarse mucho a la realidad. Al nacer Ángel, la madre preguntó “¿Doctor, ha sido niño o niña? y el médico respondió: “Señora, ha tenido usted un arquitecto”. Conozco pocos profesionales del ramo con más amor a su tarea y con más capacidad para formar equipo y motivarlo, lo que le permite abordar proyectos de una extensión y complejidad como solo a los grandes autores les es dado. Su capacidad técnica y organizativa y su incesante búsqueda de la belleza en el arte de Vitrubio le avalan. Siendo autor de la que se ha constituido como la obra de arquitectura más significativa, tal vez la más importante, de la Málaga del siglo XX: el Palacio de Ferias y Exposiciones. Ángel es nuestro Vicepresidente segundo.

*Francisco Carrillo, es persona con una brillantísima carrera profesional, y desde su puesto de funcionario internacional de la UNESCO ha tenido una dedicación absoluta a la cultura como instrumento de redención de las personas y los pueblos. Una actividad diplomática de gran calado completa su curriculum. Es nuestro vicepresidente tercero y, una vez concluido su periplo profesional, se vino a su Málaga natal para descansar. Pero ni él mismo, articulista y escritor de honda formación y finísimo instinto político, se deja, ni los demás (que, a cada momento, le solicitamos consejo y comentario), le dejamos habitar las serenas regiones del descanso. Y es que, si jubilar viene de júbilo, él lo encuentra mejor en el trabajo que en la inactividad.

*Marion Reder Gadow, también profesora e investigadora, pero en su caso, de Historia Contemporánea. Quizá sus orígenes alemanes (como sus apellidos denotan) le aportan una capacidad de sacrificio y una tenacidad fuera de lo común. Ese es el mejor bagaje para ser una investigadora de excepción: entrega total al trabajo y la generosidad de no esperar más recompensa que el conocimiento. Spinoza llamó a esta actitud “amor intelectual” y ella lo tiene a raudales. Quizá por eso se ha atrevido a asumir la dura carga de la Secretaría.

*Elías de Mateo, en quien se da la doble condición de profesor y director de Museos, el del Patrimonio Municipal y el de Revello de Toro. Jano laboral, ejerce una actividad bifronte, la de enseñante y, al tiempo, la de hombre de acción en la difícil gestión cultural. Su hacer investigador está, en este momento, un tanto atemperada, pero siempre a la atenta escucha de que salte un tema que le apasione. Es un conocedor profundo del patrimonio malagueño y singularmente de nuestra imaginería religiosa Se ocupará de administrar, desde la tesorería, las exhaustas arcas de la Academia, que, en este mandato, tenemos la obligación de engrosar para poder hacer más y mejores cosas en pro de las Bellas Artes.

*María Pepa Lara, o de cómo a través de sus archivos puede amarse a una ciudad y su provincia. Sabemos que la memoria de una comunidad se hace colectivamente; pero también sabemos que son personas concretas las que guían el trabajo, las que lo ordenan y orientan; en definitiva, las que lo hacen posible. Ese es el caso de María Pepa Lara. Hoy conocemos mejor quienes fuimos, es decir, conocemos mejor quienes somos, gracias al trabajo callado, continuo y perseverante de ella y de personas como ella. Sus escritos sobre los cines y teatros malagueños son un ejemplo de cómo enseñarnos a querer un momento de la ciudad que ya es memoria. Sus publicaciones son continuas y nos ayudan a confirmar que nuestro presente está irremisiblemente constituido por nuestro pasado, aunque muchas veces lo ignoremos. Ella será nuestra bibliotecaria.

*Javier Boned Purkiss, es arquitecto de finísimo hacer y profunda vocación docente. Hay muchas maneras de abordar una disciplina y es muy posible que la que mayor entrega exija sea la de su estudio teórico y transmisión de los conocimientos que la articulan y sustentan. Es profesor de nuestra Escuela Superior de Arquitectura, que tanto tiene que decir, en este tiempo, sobre la arquitectura, hecha y por hacer, de nuestra ciudad y provincia. Javier Boned es un estudioso de su materia y será el director de nuestro Anuario.

A todos ellos agradezco la generosa actitud de entrega que supone ejercer un cargo en la Junta de Gobierno, la ilusión que han mostrado en todo momento y el sacrificio personal que asumen. Espero corresponderles y estar a la altura de la circunstancia.

PROGRAMA PARA LA ACADEMIA FUTURA

Comienzo aquí lo que es propiamente materia de mi discurso. Mis palabras precedentes han constituido un obligado proemio; un prólogo que, en cualquier caso, he considerado justo y necesario.
Y lo primero que he de decirles es que el título de mi intervención lo he tomado prestado de mi admirado Walter Benjamin. El autor judío alemán tituló uno de sus ensayos más incisivos como “Sobre el programa de la filosofía futura”. En él, desde su esplendoroso y, al tiempo, oscuro lenguaje aborda la quizá imposible y en cualquier caso titánica tarea, de conciliar una visión marxista de la historia con los fundamentos y categorías mentales de la teología judía.
He tomado prestado su título por lo que dice y por cómo lo dice, casi como si fuese un verso, de forma naïf -pues mis conocimientos intelectuales no están al nivel de sus propuestas-, pero sí con la clara intención de, sin olvidar el pasado que nos constituye, intentar ofrecer una mirada nueva. Soy consciente de que, en una institución con ciento sesenta y seis años de antigüedad, el ayer forma parte integrante de su hoy; es decir, lo pasado, al dejar de ser presente vivido se convierte en cimiento del edificio en el que nos toca vivir; no lo vemos, pero sin él el presente carece de sustentáculo.
Mas, paradójicamente, no podremos vivir solo del pasado, de su estudio y recreación, sino que tenemos que construir nuestro presente con decisión, con originalidad y con respeto, y con el firme convencimiento de que una parte de nuestro presente lo hacemos nosotros y otra nos viene dada, de la misma forma que nos viene dada la estructura genética y la educación de nuestros primeros años, de ninguna somos responsables. En esa dialéctica vivimos: entre el riesgo del futuro y la memoria cierta del pasado.

Fundación: 31 de octubre de 1849.

En esa fecha se dicta un real decreto por el que se crea la Academia de Bellas Artes de Málaga. Tan solo dos años después, la Academia organizó la Escuela Provincial de Bellas Artes, “que quedaba bajo su inspección y vigilancia, clasificada como de estudios menores y con título de segunda clase”. Por cierto que uno de los profesores que ostentaron el cargo de restaurador de la Escuela fue Don José Ruiz Blasco, padre de Picasso.
Pero no quedó ahí la cosa, pues además de los informes y dictámenes evacuados para organismos terceros y los estudios de los propios académicos, la Academia siguió pugnando porque se elevara la calificación de la Escuela a primera clase “y aumentar con ello las enseñanzas de la misma, sobre todo en las artísticas, creándose a sus instancias las secciones de dibujo de antiguo, clase de colorido y composición, anatomía artística, modelado y vaciado, paisaje y perspectiva, y una sección especial para impartir enseñanzas artísticas a señoritas. También se instalaron las sucursales en los barrios de El Perchel, Santo Domingo y Molinillo”.
Al mismo tiempo que desplegaba esta actividad educativa fomentando la enseñanzas de las Bellas Artes en sus múltiples manifestaciones, la Academia, ya en 1880, comienza las gestiones para crear un Museo Provincial. A tal fin, los artistas de la institución donan obras suyas y de sus colecciones particulares y, con la ayuda del Ayuntamiento, se forma un modesto Museo Municipal, cuya colección es el germen de la que hoy tiene el Museo de Málaga, del que deseamos vivamente su inauguración. La Academia, por su parte, sigue comprando obra para la colección a pintores como Murillo Bracho o Ferrándiz e insiste, una y otra vez, para la creación de aquel Museo con categoría de Provincial.
Pero no será hasta 1916 cuando se inaugure ese Museo, que contaba con la colección que ha ido formando la Academia, engrosada con una importante donación de Muñoz Degraín. En este punto permítanme una anécdota y es la de que este primer Museo Provincial funcionaba con una pequeña subvención y un conserje, un guardia municipal cedido por el municipio. Clara muestra de que no todo tiempo pasado fue mejor.
Mas, por un momento, recordemos cómo era esa Málaga en la que nuestra Academia lucha con afán educativo, didáctico y de fomento de las Bellas Artes.
La llamada década ominosa, que transcurre de 1823 a 1833 y que había supuesto el triunfo de las fuerzas más retrógradas, quedaba un tanto atrás. El fusilamiento de Torrijos, consecuencia de una aventura romántica y, de seguro, mal medida por su protagonista y seguidores, pero simbólica en lo que tiene de brutal cercenamiento de la libertad, había supuesto un punto de inflexión. El pensamiento de los liberales se fue abriendo paso y comenzó, con ello, la época de expansión económica e industrialización de Málaga y consecuentemente, un importante salto cualitativo.
Hay algunos datos que avalan cuanto digo. La ciudad tenía a la sazón unos ochenta mil habitantes. En 1844 la siderurgia malagueña alcanzó el primer puesto de la producción férrica del país, pues fabricábamos el 72,8 % del hierro nacional. Recordemos que en 1849 se crea nuestra Academia y que ya en esa fecha Málaga era la segunda provincia industrial de España. Nueve años después, en 1858, se crea la fábrica algodonera La Aurora, con más de 700 operarios, que servían más de 350 telares. Y unos años más tarde, en 1862, se funda el Círculo Mercantil; que tardaría poco tiempo en propiciar la creación de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación.
Estas fechas y datos, que desearía hayan servido para esbozar un fresco general de cómo era aquella Málaga en la que la Academia nace, nos permiten hacer una afirmación que creo se ajusta a la verdad; es decir, a cual sea el ser auténtico, la real naturaleza de esta tierra: Málaga es grande cuando es moderna. Quizá su condición de ciudad palimpsesto, receptora de muy diferentes y antiguas culturas y de las que tan sólo conserva retazos, restos incompletos, ecos casi de lo que fueron, le ha permitido esa capacidad de modernidad que siempre ha tenido, esa predisposición al cambio, gracias a no recrearse en su pasado hasta convertirlo en dogal que le aprisione y le impida la continúa transformación, asumiendo con naturalidad una actitud de traducción perpetua; aquella a la que se refiriera el ya citado George Steiner en su obra “La torre de Babel”.

Hoy: 10 de abril de 2015

Mas ¿cuál es la Málaga de nuestros días? Una ciudad con casi seiscientos mil habitantes y con una provincia que tiene censadas a un millón seiscientas mil personas; pero que, en la realidad, supera los dos millones doscientos mil y, algo que es muy significativo y definidor y que nos conforma como sociedad plural: las personas censadas pertenecen a más de ciento cincuenta nacionalidades diferentes. A ello ha de unirse el que durante el año 2013, por decir uno muy cercano, nos visitaron 9,5 millones de turistas. Y aun así Málaga sigue siendo, en buena parte, un ejemplo saludable de “ciudad compacta”, una ciudad mediterránea que ha sabido mantener una vida a escala humana.
Porque aquella otra Málaga pujante del siglo diecinueve se perdió. Entrando en una profunda decadencia industrial y ciudadana y extraviando su autoestima, convirtiéndose en una sociedad disminuida y alicorta. Sin Universidad, sin industria, con un comercio prácticamente reducido al ámbito local, la ciudad y su entorno provincial acabaron siendo una tierra residual.
Pero eso es ya pasado; reciente, pero pasado. Hoy la realidad es muy otra (como revelan los datos antedichos) y, en buena parte las chimeneas de aquellas siderurgias y fábricas de tejidos, se han transformado en Museos y tenemos una Universidad que es “lo más importante que le sucedió a Málaga en el siglo XX, como dijera uno de nuestros anteriores presidentes y de quien me siento deudor en tantas cosas, Alfonso Canales. Una ciudad con una red educativa de la lengua española de las más importantes de la nación y todo ello servido por un puerto receptor de cruceros y un aeropuerto que nos coloca a escasas horas de cualquier ciudad europea. Málaga se ha transformado, así, en centro de una extensa conurbación turística y, ella misma, en destino turístico final.
Nuestra oferta cultural funciona como infraestructura productiva, como variable económica. Sin que podamos olvidar la firme vocación que desarrolla por una reindustrialización desde las tecnologías y la innovación continua.
Pero debemos de cuidarnos mucho de incurrir en el error de propiciar una cultura de escaparate, lo que en nuestro caso sería “fomentar una cultura para el turismo”; sino que debemos de hacer las cosas de tal manera bien que el turismo venga por la calidad y autenticidad que seamos capaces de imprimirle a lo que hacemos. Ni nuestros conciudadanos, ni nuestros visitantes aceptarían lo falso, por espectacular que sea. Pudiera parecer que, en una primera lectura, cualquier envoltura atractiva es aplaudida, pero la realidad de cartón piedra acaba siempre siendo descubierta y despreciada. Es exigible una propuesta auténtica y mostrada con rigor, con claridad pero con rigor. De no hacerlo así, nos convertiremos en nuestra propia caricatura; en un parque temático de una Málaga inexistente, de una Málaga no real y los idealismos, en filosofía y en política, se pagan.
Y hasta aquí el diagnóstico pero ¿qué debe hacer una Academia de Bellas Artes en una realidad como la que he expuesto? Además de continuar con sus estudios, sus informes y dictámenes, no le cumple ya fundar Escuelas, ni tampoco crear Museos; ambas son tareas que, hoy por hoy, han sido asumidas por las distintas Administraciones. ¿Qué le toca hacer, aquí y ahora, a esta institución con más de siglo y medio de antigüedad? Dar sentido; ser capaz de articular el relato de lo que ofrecemos, desde el estudio y desde el pensamiento sosegado, relacionar las ofertas puntuales que se hacen con una mirada que a todas abarque, e incidir en el hecho de que la Historia del Arte, el Arte mismo, es una plural, larga, lenta, y a veces contradictoria marcha, de la creatividad humana.
Mas ¿cómo llevar a la práctica esa difícil tarea? Me atreveré a proponer alguna propuesta concreta:

Plan Estratégico y Director de la Cultura: Partimos del convencimiento de que a la Ciudad y su entorno provincial le han sido de gran utilidad los Planes Estratégicos y las sucesivas revisiones que, a lo largo de décadas, han ido elaborando. Esos planes dibujan un “horizonte de sentido” al quehacer ciudadano. No tienen una función de concreción, sino que marcan direcciones, definen los confines de hacia dónde deben ir y aspiran a ir las ciudades, o sea, las personas que las habitan. Configuran el fundamento de la acción política y social, que luego habrá de ser desarrollado.
Quizá no haya en Europa una ciudad de tipo medio que ofrezca, culturalmente hablando, lo que hoy ofrece Málaga. Ha de obligarse a construir con ello un discurso propio que, lógicamente, ha de estar abierto al cambio continuo, un discurso en movimiento. Y para eso tiene la suerte de contar con un eje vertebrador, la figura y la obra de Picasso.
Es claro que no estamos pensando en una “ciudad Picasso” a la manera de un Salzburgo donde las baratijas, los chocolates, los licores y tantas otras cosas más llevan el nombre Mozart (lo que cito como ejemplo cuasi jocoso, compréndaseme). Lo que queremos decir es que, desde lo que somos más auténticamente, ensayemos y propongamos una perspectiva de visión. Nuestra mirada hacia las obras del siglo XIX que se mostrarán en el Museo de Málaga en la Aduana, las que ya se exhiben en el Museo Thyssen o en el de San Petersburgo / Málaga, se enriquecerá si aprendemos a verlas como los precedentes necesarios de Picasso. Analizando esas obras estaremos en condiciones de aprehender, en su contexto histórico y conceptual, hasta qué punto fue radical e innovadora la aventura plástica de nuestro paisano.
Sendas visitas, giradas con toda intención, a la Casa Natal y al Museo Picasso, nos prepararán para asistir, ya con mucho más fundamento, a la contemplación de las obras que se exhiben en el Pompidou / Málaga, en el Cac/Málaga o en el recién inaugurado Museo de Arte de la Diputación, en Antequera.
Nuestra Real Academia, que fundó la primera Escuela de Bellas Artes de la Ciudad y que fue origen del primer Museo, en principio Municipal y luego Provincial, tiene el firme convencimiento de que ese Plan Estratégico de la Cultura debe ser liderado por ella; por razones históricas y científicas, además de por estricta justicia. La Academia debe y quiere estar muy presente en este momento de la sociedad malagueña y pide a todas las Administraciones que, desde la más plena lealtad institucional y porque han sido capaces de crear las potentes infraestructuras culturales a que nos venimos refiriendo y tantas otras más, sean también capaces de concluir esta labor complementaria pero absolutamente precisa, que dotará de un más claro y pleno sentido a todo lo realizado.
No debemos olvidar tampoco al arte que hacen nuestros artistas más cercanos y respecto del que, entendemos, debe acrecentarse la política de compras y exposiciones, tanto a nivel provincial como local; haciéndolo convivir con lo que ahora, en los distintos museos y centros de arte, se expone.

Málaga, ciudad educativa y educadora: Hace ya unas décadas – para principios generales ese es un tiempo corto – a instancias de la UNESCO, y por una Comisión Internacional dirigida por el que había sido Primer Ministro francés y, más tarde, Ministro de Educación, Edgar Faure, se redactó un largo informe al que se tituló: “Aprender a ser. La educación del futuro”. De ese informe quisiera destacar un esclarecedor párrafo que dice así:
Las colectividades locales, lo mismo que la Comunidad nacional, son también instituciones eminentemente educativas. (…/…) Y en efecto, la ciudad, sobre todo cuando sabe mantenerse a escala humana, contiene, con sus centros de producción, sus estructuras sociales y administrativas y sus redes culturales, un inmenso potencial educativo, no solo por la intensidad de los intercambios de conocimientos que allí se realizan sino por la escuela de civismo y de solidaridad que ello constituye.”

Y hasta aquí la cita. Quiero significar con ella que, así como es evidente que la apuesta de Málaga por la cultura constituye una potente variable económica, al tiempo debe convertirse en el mayor y más fuerte elemento de cohesión social y educativa de la compleja sociedad malagueña y de cuantos nos visitan que, al año y como hemos visto, multiplica por cuatro a los habitantes de la provincia.
Hemos de convertir esa infraestructura cultural que ofrecemos, en cultura vivida, en alegría por conocerla y transmitirla. Tenemos que crear los caminos para que ello ocurra, explorar los altos lugares del espíritu a que todo eso nos puede conducir y enseñarlo a quienes no tuvieron la oportunidad de su estudio o de su mero conocimiento. Ahora, Málaga entera, ciudad y provincia, puede convertirse en un lugar donde la cultura habite y con la convivamos de modo natural. La cultura -y hablo en términos de realidad material y no de metafísica- debe constituirse en el territorio común de malagueños y visitantes.
Permítanme un recuerdo. Hace algunos años visitaba en la Universidad de Stanford, California, el recogido pero magnífico museo que la institución tiene y digo magnífico porque posee el conjunto completo de la monumental obra “Los burgueses de Calais” o uno de los pocos ejemplares que en el mundo existen de “El pensador”, ambos, como es sabido, de Rodin. Sin olvidar Picassos, Mirós, Braque, Matisse, Stella, Claes Oldenburg, Diebenkorn, y tantos otros. El personal que atendía al museo, desde la venta de entradas hasta el de información, visitas guiadas y vigilancia de salas, era todo de edad avanzada y de ambos sexos; supimos luego que eran antiguos alumnos de la Universidad. Unos habían sido capitanes de empresas importantísimas, otros muy significados profesionales o profesores de la propia Universidad. El informe de la UNESCO nos decía que la ciudad educativa devenía en “escuela de civismo y solidaridad”, ¿no constituye un estupendo ejemplo de eso lo que acabo de contarles?
Y por eso afirmo que debemos fomentar ese espíritu y que la Universidad, las Asociaciones y organizaciones culturales de toda índole y nuestra propia Academia deben adoptar una posición activa en el estudio y la enseñanza de esta nueva realidad con la que contamos. Pero sin limitar esa actitud tan sólo a los museos de nueva creación y las obras que en ellos se exponen, sino extendiéndola hacia la arquitectura, hacia la indagación más rigurosa en nuestro pasado, hacia la literatura o nuestros mejores monumentos, hacia las Bellas Artes en general. Si hemos apostado por la cultura, tenemos la obligación de crear, entre todos, las condiciones para que ésta sea una sociedad culta.
No será un camino equivocado, porque el del Arte, el de la cultura, es un sendero de hondura y autenticidad; aunque, como ha dicho el filósofo alemán H.G. Gadamer “la experiencia artística exprese (a) una verdad que no puede ser verificada con los medios de que dispone la metodología científica”. Y es que la capacidad esencial del arte consiste en poder representar en toda su significación la realidad de la experiencia; razón por la que los Episodios Nacionales de Galdós o “Los fusilamientos del 3 de mayo” de Francisco de Goya, pongamos por caso, son capaces de transmitirnos un conocimiento y una verdad tan profundos como la que podamos encontrar en el más sesudo y documentado análisis histórico o crítico. Y quizá ello sea posible porque, y con estas palabras de Gadamer concluyo, “el arte es, ante todo, una experiencia de la verdad y del ser. El arte no es partícipe de un grado menor de realidad, sino todo lo contrario; en el arte el ser se incrementa”.

He dicho

Toma de posesión como Académico Correspondiente
en Antequera de D. José Escalante

  • Discurso de ingreso como Académico correspondiente
  • » ( Pdf 447k )
  • Laudatio de Dª Mari Pepa Lara
  • Salón de actos de
  • 17 de enero de 2015

Excmo. Sr. Presidente, Iltmo. Sr. Alcalde, Excmos. e Ilmos. Señores Académicos, Dignísimas autoridades. Señoras y señores.

Vengo hoy a tomar la palabra para dictar mi discurso de ingreso como Académico de esta Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, lleno de entusiasmo y sintiéndome profundamente honrado.

Temo no encontrar las palabras adecuadas de agradecimiento a mis queridas amigas doña Rosario Camacho, doña Marion Reder y a doña Mari Pepa Lara, que propusieron mi nombre para integrarme en esta Corporación, palabras de agradecimiento que tengo que hacer extensivas al Sr. don Francisco Cabrera, nuestro secretario, por sus desvelos e inmerecida confianza en mi persona.

He de reconocer que me ha sido muy dificultoso determinar el tema de mi discurso, mi habitual inestabilidad e inseguridad se han hecho, si cabe, más evidente en estas semanas. Al final vi claro que los temas que tenía en mente no eran incompatibles, sino complementarios.

Tengo la inmensa suerte de desarrollar mi vida profesional desde hace ya un cuarto de siglo, en un centro archivístico único, como es el Archivo Histórico Municipal de Antequera. Un centro referente por la riqueza documental que atesora.

En este espacio físico donde el tiempo tiene otra cadencia, los libros y legajos que contienen los documentos nos enseñan cada día e informan de la realidad de las Tierras de Antequera, término este que viene a definir un espacio geográfico que rompe las encorsetadas barreras geopolíticas que delimitan un territorio que no conoce fronteras, sino realidades, y que se ubica en el corazón de Andalucía, desde donde late de una forma muy especial.

Todo es distinto en estas Tierras de Antequera y nada es casual. El espacio está perfectamente definido desde la lejana prehistoria, fue en el Neolítico, cuando todo comienza, cuando se levanta el mayor y más singular conjunto megalítico del mundo, que por fin va a ser reconocido en su justa medida como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Menga sin duda es el inicio, es el primer documento que nos habla de la grandeza de una tierra, de una avanzada tecnología y de un grupo social tremendamente arraigado a un espacio, que tras miles de años sigue transmitiendo información.

Es el primer documento de las Tierras de Antequera, es el antecedente más lejano de lo que en un futuro, hoy presente, y permítanme esta licencia, supone la institución archivística antequerana. La vigente Ley de Archivos de Andalucía define al documento como “toda información producida por las personas físicas o jurídicas de cualquier naturaleza como testimonio de sus actos, recogida en un soporte, con independencia de la forma de expresión o contexto tecnológico en que se haya generado”. Es una de las definiciones más amplias y completas que en el contexto español se ha precisado.

Pero no demos pie al error, mi anterior afirmación pondría en estado catatónico a mi buena amiga doña Antonia Heredia Herrera, que quedaría frustrada de no haber sabido inculcarme sus sabios conocimientos.

Menga, por mucho que yo me empeñe, es un testimonio, no es un documento, transmite información pero no forma parte de un expediente.

Pero hoy no podía dejar de jugar con este equivoco inducido, porque al final, de lo que estamos hablando es de patrimonio y las Tierras de Antequera saben mucho de eso, de patrimonio, de su conservación, su interpretación y su difusión.

Pocos lugares cuentan con un Archivo como el que disfruta la ciudad de Antequera, porque singular es la institución, y plural su contenido.

La provincia de Málaga en su conjunto es uno de los lugares cuyo patrimonio fue más terriblemente castigado durante la contienda civil de los años treinta. No solo se ve afectado el patrimonio inmueble y mueble, sino que también sufrió las iras de Agni, o de Marte, el patrimonio documental; parece que cuando la bestia de la guerra aparece, hay un regusto especial en eliminar la memoria colectiva, en destruir la realidad. Infructuoso trabajo que no logra sus objetivos, el tiempo sigue marcando su ritmo y el mito del ave Fénix se hace realidad una y otra vez, por mucho que se empeñen los hombres.

Hay una frase que resume como ninguna la estupidez humana de la destrucción de esa realidad, y que se la debemos a Erasmo de Rotterdam: «no hay fiera más fiera para el hombre que el mismo hombre. El pueblo funda y construye las ciudades, la locura de los príncipes las destruyen«.

Pero hay un lugar en esta provincia que tuvo la suerte de Persépolis; milagrosamente la ciudad de Antequera ha conseguido salvar su patrimonio a los envites de los fanáticos y sobre todo su patrimonio documental, el más débil.

La realidad actual del Archivo de Antequera es el resultado de la callada y constante intervención de una serie de circunstancias y personajes, que se han convertido en valedores y firmes paladines de la conservación de los documentos, no solo como un elemento administrativo, sino como un tesoro único que conserva la vida cotidiana de las Tierras de Antequera.

Ha habido momentos claves, fundamentales para llegar a la realidad de hoy, y todos convergentes en la clara apuesta de los regidores que han sido de este territorio por apostar, por conservar, recuperar y proteger la documentación.

Marquemos estos hitos, al menos los más significativos. En torno al año 1734 la ciudad de Antequera contaba con 23 oficios de escribanos públicos; por una Real Orden se manda reducir a 12 estas escribanías. Los documentos producidos por las mismas eran propiedad de los escribanos y estaban vinculados al oficio, al quedar reducidas se corría el riesgo de perder esa rica documentación. La Ciudad ordenó el traslado y custodia en las dependencias de la Casa de Cabildos, de aquellos oficios que no se reagruparan, a fin de preservar lo que ya consideraban patrimonio vinculado a la Ciudad de Antequera.

Las Actas Capitulares están llenas de acuerdos tomados en defensa y protección de la documentación, tanto de la producida por la Ciudad, como de la recibida. Es la manera de preservar y hacer valer los derechos y privilegios.

Pero a lo mejor esto nos queda a todos un tanto lejano en el tiempo, aunque en realidad, la línea temporal que nos separa es estadísticamente un suspiro en el contexto histórico.

En esta tarea de conservación y preservación del patrimonio documental no se puede olvidar hoy a una personalidad fundamental como fue el edil Nicolás Vizconti de Porras, quien en 1895 se hace cargo personalmente de reorganizar toda la masa documental de Antequera. De él nos cuenta el erudito local José Muñoz Burgos “…que investigó en los archivos notarial y parroquiales, reuniendo muchas notas de interés para la historia de su ciudad natal. No llegó a publicar ningún libro, pero facilitó al académico don Francisco Rodríguez Marín, el material para las biografías de Luis Barahona de Soto y Pedro Espinosa y de otros destacados poetas antequeranos del siglo de Oro, y también al cronista de la provincia, don Narciso Díaz de Escobar…”

En primer lugar coordinará con el entonces notario archivero Miguel Gomez Quintero, la reagrupación de todos los protocolos notariales, y expedientes de justicia municipal, habilitando para ello, curiosamente, el viejo edificio del Pósito; justo cien años después este edificio se convertirá en la sede institucional del Archivo antequerano.

Nicolás Vizconti, personalmente, reorganizará nuevamente todo el archivo municipal y redactará un preciso y pulcro inventario en 1903 que se ha llegado a conservar, y en el que el gran merito reside en el planteamiento de estructurar la documentación por secciones, atendiendo a un criterio funcional y moderno en su época. Hasta ahora no existía cuadro de clasificación y los documentos simplemente se ordenaban con un número curren. El cuadro de clasificación que establece Vizconti estará vigente hasta 1990.

Además sanea todas las instalaciones e identifica los distintos legajos con nuevos materiales; por ultimo en su condición de concejal logra que se dote presupuestariamente la plaza de archivero, que la ocupara en 1905 Alberto Rojas.

Su intervención en salvaguardar el patrimonio documental será excepcional, hasta el punto que tras su fallecimiento en 1916, se celebró una sesión extraordinaria necrológica en el Ayuntamiento a la que asiste su esposa doña Carmen Moreno Serno, quien hace entrega en ese acto de un manuscrito que contiene todas las investigaciones realizadas por Nicolás Vizconti a lo largo de su vida y una nueva Historia inédita de la Ciudad.

La injurias del tiempo han cubierto de olvido su invalorable trabajo de investigación, e incluso 50 años después de su fallecimiento, el Ayuntamiento quiso dejar constancia de la labor desarrollada por Vizconti, ordenando dedicar una placa conmemorativa ubicándola en las dependencias del Archivo. No tuvo suerte su reconocimiento, no así su labor, entre otras cosas, porque la diosa Fortuna, aquella que miraba a la ciudad vieja desde el Arco de los Gigantes, vino a traer a una figura que heredará la preocupación y el celo por la conservación documental.

Se tratará de un extraño personaje, siendo todos los archiveros extraños y raros, casi una casta, los señores del papel, ya lo dije en mi laudatio a doña Antonia Heredia Herrera… Este personaje al que me refiero es José María Fernández Rodríguez, pintor, artista polifacético, profesor de bellas artes, investigador incansable, escritor, cronista de la ciudad, archivero municipal y académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. La incorporación de José María Fernández al Archivo es casual, en 1924, y lo hace como auxiliar temporero, para colaborar con el entonces titular don Esteban Cebrián Sáenz, que se vio desbordado en su cargo. En esta situación de temporero José María estará hasta ser nombrado con carácter interino en 1931; cinco años después, el 17 de julio de 1936, D. José María Fernández Rodríguez será ratificado en su puesto y se le concederá la titularidad de su plaza.

Con la incorporación de José Mª Fernández, al archivo será fundamental para impulsar el conocimiento sobre la historia y el arte locales. Desde un primer momento y alternando sus labores como director de la Escuela de artes y oficios, iniciará un profundo y sistemático análisis de los fondos documentales, que plasmará en un sin fin de artículos y trabajos de carácter divulgativo, que causaran una onda impresión y una repercusión que hoy perdura todavía, sin duda un autentico acierto. José María Fernández pondrá orden en un caótico archivo, que durante más de dos décadas ha sufrido la inestabilidad de los constantes cambios de titulares, lo que sin duda repercutió de manera negativa en la conservación y organización de los documentos. Permanecerá como archivero y posteriormente también como cronista oficial de la ciudad, como hemos apuntado, hasta su fallecimiento en 1947.

Pero su labor va más allá de la puramente archivística, aunque esta fue su herramienta de trabajo. Antequera era y es una ciudad patrimonial, única. Su planteamiento era innovador y se trataba de documentar la historia de la ciudad y de poner en valor su riqueza artística. Para ello se valió de la difusión a través de los medios de comunicación para llegar a una población en aquella época, más preocupada de llevarse algo a la boca que de conservar un vetusto retablo barroco, y ni decir tiene de una montaña de viejos y apulgarados papeles, más útiles para hacer una buena candela que para otra cosa.

Pero Heracles, de mano de Fortuna, supo iluminar y marcar el camino. Las horas de investigación se vieron plasmadas en numerosos artículos divulgativos, directos, que contaban de forma simple las grandezas de las Tierras de Antequera, de su glorioso pasado y de su rico patrimonio, como una herencia vinculada que la ciudad había recibido.

Posiblemente esta labor de investigación y de popularización del conocimiento histórico y artístico, fuera la causante de la preservación extraordinaria del patrimonio local, cuando las iras de Marte nublaron el cielo antequerano.

Los ciudadanos adquirieron una concienciación por encima de intereses políticos y religiosos, que hacían ver como algo propio lo que en otros lugares era fuente de odio y desahogo de rabia.

Es una teoría, que se apoya con unas conclusiones en la realidad patrimonial de Antequera hoy. Lo vemos de forma muy clara con un ejemplo simple, los únicos dos archivos sacramentales que no sufrieron daño alguno durante la contienda civil se ubican en las Tierras de Antequera, el resto sufrió la total destrucción.

Con José María Fernández los hados fueron más benévolos permitiéndole transmitir su conocimiento, pero al igual que con Vizconti, su gran obra quedó inédita, aunque Fortuna su protectora ha permitido conservar sus manuscritos para que puedan ver la luz.

Tras su fallecimiento en 1947, Caos volverá a entrar en las dependencias del Archivo, hasta la llegada de José Ruiz Ortega. Lo primero que hará, en el ejercicio de su labor, es emitir un informe en el que indica que la documentación se encuentra en estado caótico, por falta fundamentalmente de un local adecuado para ordenarla, estando amontonada en el suelo, y propone una serie de medidas para facilitar su organización y conservación. En primer lugar plantea al ayuntamiento que prohíba fumar en el espacio del Archivo, trasladar a la segunda planta del Palacio Municipal la colección encuadernada de la Gaceta de Madrid, y limpiar las dependencias, para poder trabajar adecuadamente y comenzar a ordenar los documentos apilados. La labor de José Ruiz Ortega será realmente importante, ya que si en principio su contacto con el Archivo era una cosa temporal, sin embargo se prolongará en el tiempo y consolidará su puesto, salvando lo que se vaticinaba el fin por desidia del patrimonio documental.

Por último quiero aludir a dos personas claves, imprescindibles en la consolidación de la realidad archivística de las Tierras de Antequera: por un lado la incorporación, desde 1962, en que toma posesión de forma interina, de don Manuel Cascales Ayala, y que en 1966, será definitivamente nombrado archivero, permaneciendo como tal hasta 1982, compartiendo responsabilidad como director de la Biblioteca y del Museo Municipal, cargo este ultimo que aun hoy ostenta en calidad de Director honorífico.

Durante su periodo, se producen dos hechos relevantes; por una parte, la firma del convenio marco en 1972, con el obispado de Málaga, lo que va a permitir intervenir en los archivos parroquiales y en el archivo de la Real Colegiata, saneando su documentación y agrupándola para su consulta; por otra parte participa, en 1969, en el proceso que llevará a convertir al Archivo Municipal en Archivo Histórico, por Orden de 4 de febrero de 1970 del Ministerio de Educación y Ciencia, lo que permitirá agregar a sus fondos por una parte la sección histórica de los protocolos notariales de la ciudad y por otra el archivo intermedio, es decir las escrituras de más de 25 años.

Durante el periodo como archivero de don Manuel Cascales, la documentación se agrupa en torno a las dependencias del Museo Municipal y Biblioteca, las secciones históricas, mientras que el archivo administrativo continuará en el Palacio Consistorial. Don Manuel Cascales es además Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo

En 1989 se hará cargo del archivo este ponente, compartiendo responsabilidad, hasta el año 2002, con el Cronista Oficial de la ciudad y catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga, el malogrado don Antonio Parejo Barranco, designado durante este periodo temporal aludido como Director del Archivo.

En 1995 la documentación de la ciudad, dispersa en distintas instalaciones, se unifica en las paneras del antiguo Pósito, rehabilitado para ello. A partir de este momento la apuesta es por recuperar de formar global el patrimonio documental de estas Tierras, habiendo logrado establecer 12 Fondos, que aglutinan desde la documentación edilicia a la notarial, desde la eclesiástica a la empresarial, la fotográfica, la impresa, conservando en la actualidad más de 30 Archivos de diversas personas físicas y jurídicas de Antequera y sus Tierras. Por ello hablábamos de Archivos en plural, no solo Antequera ha sabido rescatar y conservar su patrimonio documental, sino que además es un referente a nivel nacional.

El latido del corazón de Andalucía es firme y potente. Porque además no se queda en el mero rescate y conservación. Me viene a la mente en este punto el gran rey asirio Asurbanipal, fue el creador de una de las mayores bibliotecas – archivos de la antigüedad, manteniendo una constante preocupación por rescatar tablillas y documentos referentes al mundo asirio y constantemente mandando expediciones en ese sentido. El historiador Francisco Rodríguez Neila, en su obra Antiguos imperios orientales, recoge un texto atribuido a este rey asirio que dice «…Yo Asurbanipal, me he enriquecido con toda la sabiduría del mundo, he aprendido a escribir tablillas…He leído los elegantes textos de Sumer y las obscuras palabras acadias, he descifrado inscripciones en piedra de antes del diluvio…» Su afán de conservar y recuperar se vio truncado cuando Nínive fue destruida, pero sin embargo consiguió que esta acumulación documental sirviera para algo, mejorar el conocimiento de su entorno y difundirlo, esa es en realidad la clave.

Como el ideal de Asurbanipal, el Archivo antequerano busca incansablemente cuantos documentos en cualquier soporte pueda dar luz al mejor conocimiento de las Tierras de Antequera.

Los grandes logros de estas personas que hemos visto vienen determinados anteriormente por su constante inclinación a la investigación en el caso de Vizconti, a la archivística y a la historia local, en el caso de José María Fernández, a la historia local y por primera vez a la historia del arte como elemento patrimonial y de diferenciación; en el caso de Manuel Cascales a la vida cotidiana, y Antonio Parejo a la investigación sobre la Historia Económica, todos ellos con un elemento común, las Tierras de Antequera.

El trabajo de indagación archivística da como fruto el conocimiento de nuestro entorno como un elemento fundamental, clave en la mejora de la sociedad. Lo tenemos delante de nosotros. El reto de disponer de fondos, y estos ordenados y descritos, es una realidad, tan solo queda la batalla contra Cronos, que nos corroe y nos recuerda lo efímero de la existencia.

Antequera, no me cansaré de recalcarlo, es una ciudad patrimonial. Sobre este contexto, sin embargo, pocos investigadores han dedicado su tiempo, no está proporcionada la riqueza artística que nos rodea, con el patrimonio documental intacto y con su conocimiento directo.

A poco que leamos en la fuente de la sabiduría, los legajos nos iluminan. Mirad, en 1991, fui protagonista de un hecho singular, llevaba muy poco tiempo en el Archivo, y estaba realizando tareas de reorganización del Fondo de Protocolos Notariales, cuando de repente sin buscarlo me fijé en una escritura, una de tantas miles que se conservan; se trataba de un contrato u obligación entre los hermanos de la cofradía del Dulce Nombre de Jesús y un señor que se llamaba Diego de Vega, y que tenía por oficio entallador. Nadie conocía a Diego de Vega, y fue el inicio de una aventura de búsqueda de la realidad artística de Antequera. Hasta ese momento tan solo sobre la mesa se había colocado el nombre de un grupo de artistas dieciochescos como autores de determinadas obras en el contexto antequerano, ignorando el principio, atribuyendo los trabajos a personajes externos a las Tierras de Antequera.

La aparición en escena de la figura de Diego de Vega va a cambiar todo el panorama sobre el concepto de arte en nuestra ciudad. Es evidente que tras su aparición se ha tratado de encuadrar a la persona, no con demasiada fortuna, al faltar el entusiasmo durante estos últimos 24 años de los investigadores del arte; tan solo en los últimos tiempos se está mirando con cautela, eso sí, desde el ámbito universitario, lo que pasa en Antequera. Detrás, o mejor dicho, con Diego de Vega, ven la luz otros artistas, escultores, retablistas, pintores, doradores, plateros, alarifes y arquitectos, que llenan las páginas de la historia del arte de Antequera y con su obra ilustran a esta ciudad patrimonial; es como si hubieran tenido miedo a salir, y ese paso dado por el entallador Diego de Vega hubiera animado al resto a mostrarse. No nos equivoquemos, ellos han estado siempre aquí, sus obras delante de nuestros ojos, sus identidades, esperando nerviosas su retorno plasmadas en las páginas de los fondos del Archivo

Se ha pasado del concepto de ser un satélite de Sevilla o de Granada, a hablar tímidamente de círculo artístico antequerano. Fijaos con qué fuerza late el corazón de Andalucía. Mohedano, Gutiérrez Garrido, Vázquez de Vega, los Castillo, los Burgueño, los Márquez, los Carvajal, son algunos de los cientos de nombres que han construido la realidad de Antequera, más que nombres generaciones de artistas que se han perpetuado en el tiempo.

El esfuerzo realizado en la preservación documental una vez más ha dado su fruto, ahora en el mejor conocimiento de la realidad cotidiana y artística de esta Ciudad única; tan solo hace falta abrir un simple protocolo y fijar atentamente nuestra mirada.

Era lógico pensar en la existencia de estos productores, y del desarrollo sistematizado de la transmisión de su conocimiento a través de talleres, donde se forman y transmiten la técnica adquirida. Fácil es distinguir ahora las obras de estilo antequerano que inundan las Tierras de Antequera y otros espacios geográficos, pues tienen todas un sello especial, único, diferenciador.

Hemos podido saber, porque así nos informa la documentación conservada, de la existencia incluso de varias hermandades que agrupaban a estos profesionales, la de San Eloy con los plateros, en gremio ya, desde la primera mitad del siglo XVI, la de San José de los alarifes, entalladores y carpinteros de lo blanco, o la de San Lucas que acogía en la popular ermita de Santiago a pintores y doradores, antecedente indiscutible de la que sería ya en el siglo XVIII, la Real Academia de Nobles Artes de Antequera, constituida por maestros profesores de arquitectura, escultura y pintura, con el fin de formar a los nuevos y numerosos artistas, bajo el patrocinio y protección de Carlos IV.

He comenzado este discurso invirtiendo los conceptos del título; tres temas planteados, que en principio parecían no tener nada que ver unos con otros, sin embargo como habéis visto los tres confluyen en Antequera y son dependientes unos de otros. Al fin y al cabo de lo que hemos hablado ha sido del patrimonio que marca incansable y constantemente en el tiempo a esta ciudad ubicada en el corazón de Andalucía y que desde su fundación en el Neolítico ha sido invariablemente un referente y un espacio territorial único.

He dicho.

LAUDATIO A LA TOMA DE POSESIÓN DE D. JOSÉ ESCALANTE,
POR MARÍA PEPA LARA GARCÍA (Pdf 185k)

 

Hoy, 17 de enero de 2015, la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga se ha trasladado aquí, a esta bella ciudad de Antequera, para recibir como Académico Correspondiente al Ilmo. Sr. D. José Escalante Jiménez, cuyo nombramiento tuvo lugar a finales del año 2014, aprobada por unanimidad la propuesta de los numerarios Doña Rosario Camacho, Dª Marion Reder y quien les habla. Me corresponde a mí, por expreso deseo del nuevo Académico, su presentación y recibimiento en esta Real Academia, así como el glosar los méritos que concurren en su persona, los cuales le hacen acreedor de su ingreso en esta Ilustre Corporación malagueña.

Antes de enumerar, someramente, el currículo de José Escalante, quiero destacar que nuestra amistad se remonta a muchos años atrás, y nos une, además, la profesión de archivero. Mi pertenencia al Archivo Municipal de Málaga como tal durante 35 años, los últimos 15 como directora de éste, facilitó nuestro conocimiento y colaboración en los diversos actos que organicé, y siempre que lo requerí conté con su participación. Asimismo, esta contribución fue mutua, y también colaboré con él en sus Ciclos de Conferencias y publicaciones.

José Escalante es archivero municipal, director del citado Archivo Histórico Municipal de Antequera, entre los años 2005 a 2012. Es Auxiliar del Archivo Diocesano de Málaga en Antequera.

Es muy importante su vinculación con la Universidad de Málaga. Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras, actualmente está realizando su tesis doctoral sobre el “Ámbito de la fe pública en Antequera a lo largo de la Edad Moderna”.

Experto Universitario en Archivística y en Genealogía, desde 2005 colabora con el Aula de Formación Abierta para Mayores de la Universidad de Málaga, en calidad de profesor. Es colaborador Honorario adscrito a dicha Facultad, Departamento de Historia Moderna.

José Escalante pertenece a numerosas Instituciones antequeranas, las cuales, conscientes   de su valía y estimación han acordado, por sus conocimientos y preparación, distinguirlo incorporándolo a su Corporación, donde puede difundir su erudición. Así, es Académico numerario y Vice-director de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera, de la que ha sido miembro refundador formando parte de su Comisión Gestora.

Pertenece a la Ilustre Sociedad Andaluza de Estudios Históricos-Jurídicos. Secretario del Seminario de Estudios Antequeranos y Director de la revista del mismo nombre. Asimismo, es el Director del Seminario Permanente de Ciencias Documentales e Historiográficas.

Un campo en el que José Escalante es un gran conocedor y aprecia en grado sumo, es el de temática cofrade y religiosa: iglesias y conventos, muy numerosos como sabemos en esta provincia, de gran valor artístico, cuya trayectoria ha estudiado perfectamente nuestro nuevo académico. A ellos ha dedicado su participación como cofrade, junto con numerosos estudios y artículos sobre esta materia.

Por ello, creemos que su vinculación con estas Hermandades y Cofradías antequeranas merece ser destacada. Es Cronista Oficial de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa de Antequera.

Presentó el Cartel de la Semana Santa de la Cofradía de los Estudiantes en el año 1992, y los Carteles Oficiales de la Semana Santa de Antequera de los años 2000 y 2005. Pregonero de la Archicofradía de la Sangre y Santa Vera Cruz en el año 2002. Por último, fue el Pregonero de la Semana Santa de Antequera en 2011.

Como estamos comprobando, José Escalante, por méritos propios, es uno de los personajes emblemáticos de esta ciudad de Antequera, puesto que conoce en profundidad, a través de los documentos del Archivo Histórico, la Antequera de ayer, de hoy, y yo añadiría, incluso, que se atreve a prever la del futuro.

José Escalante ha prestado su atención en variadas disciplinas que comprenden la Historia, la investigación documental, las tradiciones y costumbres de su ciudad, sus alrededores y Provincia; la cultura en el más amplio sentido de la palabra.

Para conocer su trayectoria, tendríamos que pormenorizar, o al menos resumir, su extenso y brillante currículo, sus méritos profesionales, sus publicaciones, su presencia activa en seminarios, jornadas y congresos, sus puestos de responsabilidad en otras instituciones académicas, cofrades, religiosas y entidades.

No hay duda que, donde haya un inicio de proyecto cultural, una iniciativa nueva, allí estará José Escalante. Esta ha sido siempre la forma de actuar de nuestro académico: continuamente en movimiento, hacia adelante y con nuevos e ilusionantes proyectos.

Sin embargo, esta intensa actividad académica y archivística no le ha disminuido tiempo para dar a conocer el resultado de sus investigaciones en variados campos, los cuales se reflejan en numerosas publicaciones. Podríamos decir que éstas sobrepasan la docena de títulos de libros publicados sobre diversas materias, a los que habría que añadir otros tantos escritos en publicaciones colectivas. Destacaremos varios de estos títulos:

-“El Archivo Histórico Municipal de Antequera: Un proyecto de futuro”, 1999.

-Archivos y Fondos Documentales para la Historia del patrimonio Cultural de las Hermandades”, 2004.

-“Las mujeres en el siglo XX: un camino hacia la igualdad”, 2006.

-“Guía del Archivo Histórico Municipal de Antequera”, 2007.

-“De los símbolos y títulos de Antequera”, 2008.

-“El puzle de la Historia. Antequera como paradigma”, 2014.

Sin mencionar el número, por su gran extensión, de artículos, más de un centenar, en su mayoría de temática antequerana, relacionados con su historia y patrimonio. No en balde, como decíamos anteriormente, conoce su ciudad en profundidad.

Además, debo añadir que el nuevo académico al que tengo hoy la satisfacción de presentar, ha estado sorprendiéndome con su capacidad de dar cauce en su creatividad no solo como archivero, sino como investigador de nuevas tecnologías, aplicándolas a las diversas secciones del archivo, consiguiendo así difundir con más precisión y rapidez sus fondos documentales, bibliográficos, gráficos y hemerográficos.

También ha organizado y coordinado diversas exposiciones y muestras tanto a nivel local como provincial:

-“Toros en Antequera: El cartel como documento (1870-1939)”, 2008.

-“Cien años de historia de la policía local (1908-2008)”, 2008.

-“La Historia que no hemos contado: El trabajo de las mujeres y su significado social”, 2009.

-“Seiscientos años de comercio e industria en Antequera”, 2010.

-“Antequera y el Ferrocarril (1865-2010)”, 2010.

Es difícil precisar las previsiones de futuros trabajos que tendrá en este momento José Escalante, pues su mente está siempre pensando en cómo ampliar y dar a conocer su Archivo, difundirlo; en el próximo libro o artículo, o en las conferencias que, de forma periódica, imparte, también como coordinador, en variados Ciclos de Conferencias y exposiciones de distintas temáticas en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés en Málaga.

Junto a estas descripciones de su vida profesional, cultural e investigadora, quiero añadir que, además, Pepe Escalante es un hombre honesto y buena persona, amigo de sus amigos, puesto que se desvive por servir y atender a todo el que solicita sus servicios o atención.

Para terminar, quiero deciros que ha sido un privilegio para mí dar a conocer la trayectoria personal y profesional del archivero y desde hoy Ilmo. Académico, Sr. D. José Escalante, ayudando a difundir sus méritos que acreditan su ingreso como Correspondiente en la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo.

Con la seguridad de que tu incorporación será una valiosa ayuda, Pepe, querido amigo y compañero, sé bienvenido a esta Real Academia de Bellas Artes.